Nefer Nefer Nefer 2ª parte - Foro Spalumi

    
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Nefer Nefer Nefer 2ª parte


A primera hora me fui a casa de Nefernefernefer, pero dormía todavía y sus servidores también, de manera que me insultaron y me arrojaron agua sucia cuando los desperté. Por esto me senté en el umbral como un mendigo hasta el momento en que oí ruido de voces en la casa.
Nefernefernefer estaba tendida sobre su cama con el rostro pequeño y delgado y los ojos turbios todavía por el vino.
—Me molestas, Sinuhé —dijo—. Verdaderamente me molestas mucho. ¿Qué quieres?
—Quiero comer y beber y divertirme contigo tal como me lo prometiste —dije yo con un nudo en la garganta.
—Esto fue ayer y hoy es otro día —dijo, mientras su esclava le quitaba la túnica arrugada y le daba masajes con ungüentos.
Después se miró en su espejo y se puso afeites y una peluca y tomó una diadema de oro con incrustaciones de perlas y piedras preciosas que se puso en la frente.
—Esta joya es bella —dijo—. Vale seguramente un alto precio, pero estoy cansada y mis miembros están agotados como si hubiese luchado toda la noche.
Bostezó y bebió un sorbo de vino para reanimarse. Me ofreció también vino, pero lo bebí sin placer delante de ella.
—Así, ayer me mentiste al decirme que no podías divertirte conmigo. Pero ya sabía yo ayer que no era verdad.
—Me equivoqué —dijo—. Era, no obstante, la época. Estoy muy inquieta y acaso esté embarazada por tu causa, Sinuhé, porque he sido débil en tus brazos y eres fogoso.
Pero diciendo estas palabras sonreía con aire malicioso, de manera que me di cuenta de que se burlaba de mí.
—Esta joya procede seguramente de una tumba real de Siria —le dije—. Recuerdo que me hablaste de ella ayer.
—Sí —dijo ella—. En realidad, la he encontrado debajo de la almohada de un comerciante sirio, pero no tienes por qué inquietarte, porque es un hombre ventrudo, gordo como un cerdo y apesta a ajo. Ahora que he obtenido lo que deseaba no quiero volver a verlo jamás.
Se quitó la peluca y la diadema y las dejó caer con negligencia al lado de la cama y se tendió. Su cráneo era liso y bello y estiró voluptuosamente todo su cuerpo poniendo las manos en la nuca.
—Estoy débil y cansada Sinuhé —repitió—. Abusas de mi agotamiento devorándome con los ojos cuando no puedo impedirlo. Debes recordar que no soy una mujer despreciable, pese a que viva sola, y debo velar por mi reputación.
—Ya sabes que no tengo nada que ofrecerte, puesto que posees cuanto tenía —le dije, inclinando mi frente sobre su cama.
Y sentí el olor de sus ungüentos y el perfume de su piel. Ella me acarició la cabeza, pero retiró la mano y se echó a reír moviendo la cabeza.
—¡Cuán pérfidos y mentirosos son los hombres! —dijo—. También tú me mientes, pero te amo y soy débil, Sinuhé. Me dijiste una vez que mi seno arde más que la llama, pero no es cierto. Puedes tocar mi pecho, es firme y fresco para ti. Y mis pechos aman tus caricias porque están cansados.
Pero cuando quise gozar de ella me rechazó, se incorporó y dijo con tono ofendido:
—Aunque esté sola y sea débil, no permito que me toque un hombre pérfido. ¿Por qué no me dices que tu padre posee una casa en el barrio de los pobres? Cierto es que no tiene gran valor, pero está cercana a los muelles y se podría sacar algo de los muebles vendiéndolos allí mismo. Quizá podría comer y beber y divertirme contigo hoy si me dieses estos bienes, porque mañana nada es seguro y debo velar por mi reputación.
—La fortuna de mi padre no es mía —dije, asustado—. No puedes pedirme lo que no me pertenece, Nefernefernefer. Pero ella inclinó la cabeza y me miró con sus ojos verdes y su rostro era pálido y fino cuando me dijo:
—La fortuna de tu padre es tu herencia legal, Sinuhé, lo sabes muy bien, ya que tus padres no tiene ninguna hija, que tendría prioridad sobre ti, porque eres hijo único. Me ocultas también que tu padre es ciego y te ha dado su sello para que administres sus bienes y dispongas de ellos como si fueran tuyos.
Era verdad. A punto de perder la vista, mi padre me había dado su sello encargándome de velar por sus intereses, porque no podía ya firmar con su nombre. Kipa y él decían a menudo que deberían vender la casa por un buen precio a fin de poder comprar una casa de campo fuera de la villa y vivir en ella hasta el día en que entrasen en la tumba avanzando hacia la vida eterna. No supe qué responder, tanto me llenaba de horror la idea de que iba a engañar a mis padres, que tanta confianza tenían en mí. Pero Nefernefernefer entornó los ojos y dijo:
—Toma mi cabeza entre tus manos y apoya tus labios sobre mi pecho, porque tienes algo que me hace débil, Sinuhé. Por esto descuido por ti mis verdaderos intereses y me divertiré todo el día contigo si me cedes la fortuna de tu padre, pese a que no tenga gran valor.
Tomé su cabeza entre mis manos y era pequeña y lisa, y una excitación indecible se apoderó de mí.
—Que sea como tú deseas —le dije.
Y mi voz se quebró. Pero cuando quise tocarla dijo:
—Pronto tendrás lo que deseas, pero ve antes a buscar un escriba que redacte las actas conforme a la ley, porque no me fío de las promesas de los hombres, que son todos pérfidos, y debo velar por mi reputación.
Fui a buscar el escriba y cada uno de mis pasos fue un sufrimiento. Le di prisa al escriba y puse el sello de mi padre sobre el papel a fin de que pudiese llevarlo a los archivos. Pero no tenía oro ni cobre con que pagarlo, y estuvo descontento, pero consintió en aplazar el cobro hasta el día en que vendiera la casa, lo cual fue consignado en el acta de cesión.
A mi regreso a casa de Nefernefernefer sus servidores me dijeron que su señora dormía y tuve que esperar a que se despertase hasta la noche. Finalmente me recibió y le entregué el papel del escriba, que encerró distraídamente en un cofrecito de madera negra.
—Eres obstinado, Sinuhé —me dijo—, pero yo soy una mujer honrada y mantengo siempre mis promesas. Toma, pues, lo que has venido a buscar. Se tendió en la cama y me abrió los brazos, pero no halló el menor placer en mí; volvió la cabeza para mirarse en un espejo y ahogaba los bostezos con una mano, de manera que el goce que esperaba se convirtió para mí en cenizas. Cuando me levanté, dijo:
—Ya has recibido lo que querías, Sinuhé; déjame ahora en paz, porque me aburres prodigiosamente. No me produces el menor placer, porque eres torpe y violento y tus manos me hacen daño. Pero no quiero enumerarte las penas que me causas, puesto que eres tan torpe. Retírate, pues. Podrás volver otro día, a menos que estés ya harto de mí.
Yo me sentía vacío como la cáscara de un huevo. Tambaleándome salí y llegué a mi casa. Quería encerrarme en una habitación oscura para llorar mi infortunio y mi miseria
Me encerré en mi cuarto, me cubrí la cabeza y dormí como un muerto hasta la mañana siguiente, porque cuando la vergüenza y el arrepentimiento son suficientemente grandes obran como soporíferos. Pero en cuanto abrí los ojos pensé en Nefernefernefer, en sus ojos y en su cuerpo y me pareció estrecharla entre mis brazos y acariciar su cabeza lisa. ¿Por qué? No lo sé, quizá me había encantado con un sortilegio misterioso y, sin embargo, no creo gran cosa en la magia. Lo único que sé, es que me aseé y arreglé para ir a su casa.
Me recibió en el jardín, cerca del estanque de los lotos. Sus ojos eran brillantes y alegres y más verdes que las aguas del Nilo. Lanzó un grito al verme y dijo:
—¡Oh, Sinuhé, regresas a mí, a pesar de todo! Acaso no sea todavía vieja y fea, puesto que no te has saciado de mi. ¿Qué quieres?
La miré como un hambriento mira un pan, y ella, inclinando la cabeza, dijo con tono enojado:
—Sinuhé, Sinuhé, ¿deseas verdaderamente gozar todavía de mí? Cierto es que vivo sola, pero no soy una mujer despreciable y debo velar por mi reputación.
—Te cedí ayer toda la fortuna de mi padre —le dije—. Ahora está arruinado, pese a haber sido un médico reputado, y tendrá que ir a mendigar el pan de sus ancianos días y mi madre hará coladas.
—Ayer era ayer, y hoy es hoy —dijo, mirándome con los ojos entornados—. Pero no soy exigente y te permito sentarte a mi lado y cogerme la mano si esto te causa placer. Hoy mi corazón está lleno de júbilo y quiero compartirlo contigo, pese a que no me atreva probablemente a gozar contigo de ninguna otra manera.
Me miraba maliciosamente y sonreía al acariciarme la rodilla.
—No me preguntas por qué mi corazón está lleno de júbilo —dijo ella con tono de reproche—. Pero puedo, sin embargo, decírtelo. Debes saber, pues, que acaba de llegar un noble del país del bajo Sur y trae un vaso de oro que pesa cerca de cien deben y cuyoslados están adornados con diversos dibujos. Es tan viejo y flaco que sus huesos se me clavarían probablemente en los muslos, pero creo que este bello vaso decorará mañana mi casa. No soy una mujer despreciable y debo velar por mi reputación. Respiró profundamente al ver que yo no decía nada y miró soñadora los lotos y demás flores del jardín. Después se desnudó sin prisas y comenzó a nadar en el estanque. Su cabeza emergía del agua entre los lotos y era más bella que ellos.
Flotaba sobre el agua delante de mí con la mano bajo la nuca y me dijo:
—Estás muy silencioso hoy, Sinuhé. Espero no haberte ofendido sin querer. Si puedo compensarte mi maldad, lo haré con gusto.
Entonces yo no pude resistir ya más.
—Sabes muy bien lo que quiero, Nefernefernefer.
—Tu rostro está colorado y tus arterias palpitan con fuerza, Sinuhé —dijo—. Deberías desnudarte y venir a refrescarte en el estanque conmigo, porque la jornada es verdaderamente calurosa. Aquí nadie nos ve; no tienes nada que temer.
Me desnudé y bajé a su lado, y bajo el agua mi costado tocó el suyo. Pero cuando quise tomarla se escapó riendo y me salpicó el rostro.
—Sé muy bien lo que quieres, Sinuhé, a pesar de que sea demasiado tímida para mirarte. Pero debes empezar por darme un regalo, porque ya sabes que no soy una mujer despreciable.
Yo me enojé y dije:
—Estás loca, Nefernefernefer, porque sabes muy bien que me has despojado de todo. Tengo ya vergüenza de mí y no me atreveré nunca más a mirar a mis padres. Pero soy todavía médico y mi nombre está incrito en el Libro de la Vida. Quizás un día ganaré lo suficiente para hacerte un regalo digno de ti, pero ten compasión de mí, porque incluso en el agua mi cuerpo arde bajo las llamas y me muerdo los dedos hasta hacer brotar la sangre al mirarte.
Ella comenzó a nadar sobre la espaldas balanceándose ligeramente y sus pechos salían del agua como dos flores rojas.
—Un médico ejerce su profesión con las manos y los ojos, ¿no es verdad, Sinuhé? Sin ojos y sin manos no serías ya médico, aunque tu nombre estuviese escrito mil veces en el Libro de la Vida. Quizá bebería y gozaría contigo hoy si me dejases reventarte los ojos y cortarte las manos a fin de que pudiese suspenderlas como trofeos en el dintel de mi puerta para que mis amigos me respetasen y supiesen que no soy una mujer despreciable. —Me miró por debajo de sus párpados pintados de verde y añadió—: Pero no, renuncio, porque no haría nada con tus ojos, y tus manos podrían atraer moscas. Pero, ¿no podríamos encontrar algo, Sinuhé, que pudieras darme? Me haces débil y siento impaciencia al verte desnudo en el estanque. Eres torpe e inexperimentado, pero creo que en el transcurso de una jornada podría enseñarte muchas cosas que ignoras todavía, porque conozco innumerables maneras que gustan a los hombres y pueden también hacer gozar a una mujer. Reflexiona un poco, Sinuhé.
Pero cuando traté de agarrarla se me escapó, salió del agua y se detuvo bajo un árbol chorreando agua.
—No soy más que una mujer débil y los hombres son traidores y pérfidos. Tú también lo eres, Sinuhé, puesto que sigues mintiendo. Mi corazón está triste y las lágrimas acuden a mis ojos, porque evidentemente estás cansado de mí. De lo contrario no me ocultarías que tus padres se han preparado una bella tumba en la Villa de los Muertos y que han depositado en el templo una suma suficiente para que sus cuerpos sean embalsamados y puedan soportar la muerte y el viaje hacia el país de poniente.
Al oír estas palabras me desgarré el pecho y la sangre brotó, y grité: —¡En verdad que eres Tabubué, estoy seguro de ello ahora!
Pero ella me contestó tranquilamente:
—No debes censurarme por no ser una mujer despreciable. No he sido yo quien te ha invitado a venir; has venido solo. Pero está bien. Ahora sé que no me amas ya y que vienes solamente para burlarte de mí, puesto que una bagatela como ésta es un obstáculo entre nosotros.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas y suspiré de dolor, pero me acerqué a ella y apoyó ligeramente su cuerpo contra el mío.
—Esta idea es verdaderamente culpable e Impía —le dije—. ¿Debo acaso privar a mis padres de la vida eterna y dejar que sus cuerpos se disuelvan en la nada como los de los esclavos y los pobres y los de los criminales arrojados al río? ¿Es, pues, esto lo que exiges de mí?
Ella estrechó su cuerpo desnudo contra el mío, y dijo:
—Cédeme la tumba de tus padres y murmuraré a tu oído la palabra «hermano», y mi cuerpo estará para ti lleno de fuego delicioso y te enseñaré mil secretos que ignoras y que gustan a los hombres.
No pude contenerme y me eché a llorar al decir:
—Haré lo que me pides y que mi nombre sea maldito durante toda la eternidad. Pero no puedo resistirme, tan grande es la magia de tu fuerza sobre mí.
Pero ella dijo:
—No hables de magia en mi presencia porque es una ofensa para mí, ya que no soy una mujer despreciable, vivo en una casa mía y velo por mi reputación. Pero puesto que eres enojoso y pesado, voy a enviar a un esclavo a buscar un escriba y entretanto vamos a beber vino y comer, para que tu corazón se reconforte y podamos gozar juntos una vez esté firmada la cesión.
Se marchó riendo alegremente y corriendo.
Yo me vestí y la seguí y los servidores me vertieron agua sobre las manos y se inclinaron delante de mí, las manos a la altura de las rodillas. Me di perfecta cuenta de que a mi espalda se reían y se burlaban de mí, pero afecté comportarme como si sus mofas fuesen como un zumbido de moscas a mis oídos. Se callaron en cuanto reapareció Nefernefernefer y comimos y bebimos juntos, y había cinco especies de carne y doce especies de pasteles, y bebimos vino mezclado que se sube pronto a la cabeza. El escriba llegó y redactó los papeles necesarios por los cuales cedía a Nefernefernefer la tumba de mis padres en la Villa de los Muertos con todo el mobiliario y el dinero depositado en el templo, de manera que perdieron la vida eterna y la posiblidad de efectuar después de su muerte el viaje al país de Poniente. Puse el sello de mi padre sobre las actas y el escriba se las llevó a fin de depositarlas en seguida en los registros para que tuvieran fuerza de ley. Entregó a Nefernefernefer un recibo, que guardó distraídamente en un cofre negro, y ella le hizo un regalo, de manera que salió después de haberse inclinado delante de ella, llevándose las manos a la altura de las rodillas. En cuanto se hubo marchado, dije:
—Desde este momento estoy maldito ante los hombres y los dioses, Nefernefernefer. Demuéstrame ahora que mi acto merece su recompensa.
Cuando quise poseerla me rechazó y vertió vino en mi copa. Al cabo de un instante miró al sol y dijo:
—Ya sabes que debo ir a vestirme y arreglarme, porque una copa de oro me espera para que mañana pueda adornar con ella mi casa.
Cuando quise tocarla se me escapó y llamando en voz alta acudieron los esclavos. Y les dijo:
—¿Quién ha dejado entrar a este inoportuno mendigo? ¡Arrojadlo a la calle y no le abráis nunca más la puerta, y si insiste dadle de bastonazos! Los esclavos me arrojaron a la calle, porque el vino y la cólera me habían restado todas las fuerzas, y me dieron de palos porque no quería alejarme de allí. Comencé a gritar y aullar y la gente se arremolinó, pero los esclavos les dijeron:
—Este beodo ha ofendido a nuestra señora, que vive en una casa suya y no es una mujer despreciable.
Nuevamente me dieron de palos y me abandonaron desvanecido en el arroyo, donde la gente escupía sobre mí mientras los perros se me orinaban encima.
Habiendo recobrado el conocimiento y dándome cuenta de mi triste situación, permanecí tendido en el suelo hasta el alba. La oscuridad me protegía y tenía la sensación de no poder abordar nunca más a un ser humano. El heredero del trono me había llamado «El que es solitario», y verdaderamente solitario era entre los hombres aquella noche. Pero al alba, cuando la gente comenzó a circular, cuando los mercaderes dispusieron sus escaparates y los bueyes pasaron arrastrando las carretas, salí de la villa y me oculté tres días y tres noches, sin comer ni beber, entre los cañaverales. Mi cuerpo y mi alma no eran más que una llaga y si alguien me hubiese dirigido la palabra hubiese aullado como un demente.
Fragmento de "Sinuhe el egipcio" de Mika Waltari (Me he permitido estractarlo, disfrutad del ladrillo)
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Antiguo 05-11-2009, 09:40
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Re: Nefer Nefer Nefer 2ª parte


Hoy en dia, el Mundo está infectado de personas como Nefer, que siguen acumulando en su cofre de madera lo que Sinuhe jamas debió entregar, su dignidad.

Un saludo.
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  #3  
Antiguo 05-11-2009, 12:42
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Re: Nefer Nefer Nefer 2ª parte


Muchos comentarios del extracto del libro son memorables. Me quedo con este:
Personas decentes que deben velar por su reputación...
Jeje... Es curioso...

Por otro lado, pienso que y
a no somos tan escasos de dignidad como el incauto Sinuhé, ni nos encontramos con mujeres tan pérfidas como la bella Nefernefernefer. Aunque todavía queda mala baba para rato, algo hemos evolucionado.

MaríaG, gracias por el ladrillo.

Gracias también al ya fallecido Mika Waltari
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  #4  
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Re: Nefer Nefer Nefer 2ª parte


Tuve la dicha y fortuna de leer esta hermosa novela en un libro casi destrozado de mi madre en sus años "mozos" (que pueblerino sueno a vecez, jeje) en un formato de Plaza y Janés que daba casi pena abrirlo porque podría romperse del año 196y tanto.
¿No os gusta más como reaccionan los padres ante la noticia de haber dilapidado toda su fortuna y por ende su viaje al más allá?.
¿No os da lástima su final solitario, me refiero al del médico después de la muerte del faraón Akenatón y la llegada de Horemheb (o como narices se escriba)?
Por cierto y si no estoy equivocado, Nefer era sacerdotisa de Basthet y si tampoco ando equivocado creo que dentro de sus "gracias" era la de ser desgarradora y tierna/feroz a la vez; demasiado "familiar" para mi y encima su totem eran los gatos.
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Re: Nefer Nefer Nefer 2ª parte


Gracias María. La primera vez que leí esto -demasiado niño- no saqué ni una centésima de conclusiones de las que he sacado ahora. Los años, la madurez y la experiencia -debería ser todo lo mismo pero no lo es-, nos da otra perspectiva y profundidad de las cosas, sin duda.

Digo conclusiones porque contra "el hechizo" no se puede luchar. Solo podemos implorar piedad o huir ante los primeros síntomas.



Salu2


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  #6  
Antiguo 08-11-2009, 11:53
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Re: Nefer Nefer Nefer 2ª parte


Pues imagínate yo, siendo la nueva perspectiva desde la lectura de la niñez que ahora soy puta... Además que conozco de cerca amigos que se hen precipitado en un círculo vicioso de destrucción con quien les destruía sin remisión. Aunque debo decir que en uno de los casos la chica no era ni por asomo "prostituta", sólo alguien que hacía daño a su víctima sin amarlo, y no lo soltaba por simple vanidad triunfal sobre su mujer legal.
Quizás con la edad una conoce las sombras de su propio corazón y la historia de Sinuhe toca como algo más que una lectura de entretenimiento
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  #7  
Antiguo 08-11-2009, 11:58
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Re: Nefer Nefer Nefer 2ª parte


Cita:
Iniciado por un_mirlo_blanco Ver Mensaje
Tuve la dicha y fortuna de leer esta hermosa novela en un libro casi destrozado de mi madre en sus años "mozos" (que pueblerino sueno a vecez, jeje) en un formato de Plaza y Janés que daba casi pena abrirlo porque podría romperse del año 196y tanto.
¿No os gusta más como reaccionan los padres ante la noticia de haber dilapidado toda su fortuna y por ende su viaje al más allá?.
¿No os da lástima su final solitario, me refiero al del médico después de la muerte del faraón Akenatón y la llegada de Horemheb (o como narices se escriba)?
Por cierto y si no estoy equivocado, Nefer era sacerdotisa de Basthet y si tampoco ando equivocado creo que dentro de sus "gracias" era la de ser desgarradora y tierna/feroz a la vez; demasiado "familiar" para mi y encima su totem eran los gatos.
Es verdad que la novela completa cautiva y te arrastra como pocas. Mucho género de ambientación histórica no llega a este viejo título ni a la suela del zapato.
Lo que me da lástima de ese final, solitario es que está ya presente en la confesión escéptica de Sinuhé, ya al principio de la narración. No me gusta de ella ese tono desgarradamente pesimista , casi nihilista frente a la vanidad y caducidad de toda experiencia humana. Más que no gustarme, no lo comparto, porque es cierto que en el reside gran parte de la fuerza desgarradora de la novela.
Besos.
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