Nefer Nefer Nefer 1ª parte - Foro Spalumi

    
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Nefer Nefer Nefer 1ª parte


—¿Por qué no fuiste a mi casa entonces, Sinuhé? Si me hubieses buscado me hubieras hallado. Hiciste mal en no haber ido a mi casa, en lugar de correr tras otras mujeres con mi sortija en el dedo.
—Era todavía un chiquillo y tenía miedo de ti. Pero en mis sueños eras mi hermana. Te burlarás de mí cuando te diga que no me he divertido todavía nunca con una mujer, porque esperaba volver a encontrarte un día.
Ella sonrió e hizo un ademán con la mano.
—Mientes con desfachatez —dijo—. Para ti soy una mujer vieja y fea y te diviertes mofándote de mí y engañándome.
Me miró y sus ojos me sonreían como en otros tiempos y a mis ojos se rejuvenecía como antaño, de manera que mi corazón se henchía de alegría.
—Es verdad que no he tocado nunca a ninguna mujer —dije—. Pero acaso no sea verdad no haberte esperado más que a ti porque quiero ser franco. Muchas mujeres han pasado cerca de mí, jóvenes y viejas, inteligentes y estúpidas, pero las he mirado sólo con los ojos del médico y mi corazón no se ha inflamado por ninguna de ellas. ¿Por qué? Lo ignoro. —Y añadí—: Me sería fácil decirte que es a causa de la piedra que me diste como prenda de amistad. Sin que yo lo supiese, acaso me has encantado al poner tus labios sobre los míos, porque tus labios eran dulces. Pero no es una explicación. Por esto podrías preguntarme millares de veces «¿Por qué?». Yo no sabría contestarte.
—Acaso de muchacho te caíste a horcajadas sobre el brazo de una litera y te volviste triste y solitario —dijo, bromeando y tocándome la mano con una dulzura que no había conocido en ninguna mujer.
No tuve necesidad de responder, porque sabía que había bromeado. Entonces retiró la mano y susurró:
—Bebamos juntos y alegremos nuestros corazones. Quizá me divertiré contigo, Sinuhé.
Y yo no estaba embriagado de vino, sino de su presencia y del contacto de sus manos. Hizo, por fin, un signo y los esclavos apagaron las luces, se llevaron las mesas y los taburetes, recogieron las flores aplastadas y las coronas y se llevaron en las literas a los hombres que se habían dormido delante de su copa de vino. Entonces le dije:
—Tengo, indudablemente, que marcharme.
Pero cada una de estas palabras me quemaba como la sal vertida sobre una herida, porque no quería perderla y todo instante pasado lejos de ella habría de estar completamente vacío para mí.
—¿Adónde quieres ir? —me preguntó con fingida sorpresa.
—Velaré toda la noche delante de tu puerta. Iré a hacer sacrificios a todos los templos de Tebas para dar gracias a los dioses por haberte encontrado al fin, porque desde que te he visto vuelvo a creer en los dioses. Iré a coger flores para sembrarlas a tu paso, cuando salgas de tu casa. Iré a comprar mirra para ungir los montantes de tu puerta.
Pero ella sonrió y dijo:
—Es mejor que no salgas, porque tengo ya flores y mirra. Es mejor que no salgas, porque excitado por el vino, podrías caer en manos de otras mujeres y no lo quiero.
Estas palabras me entusiasmaron hasta tal punto que quise poseerla, pero ella me rechazó diciendo:
—¿Sabes por qué Bastet, la diosa del amor, está representada con cabeza de gato?
—Me burlo de los dioses y de los gatos —dije yo, tratando de poseerla, con los ojos mudos de pasión.
Pero ella me rechazó y dijo:
—Podrás pronto tocar mis miembros y poner tu mano sobre mi pecho si esto puede calmarte, pero debes antes escucharme y saber que la mujer es como el gato y la pasión es como un gato también. Sus patas son dulces, pero ocultan unas garras aceradas que penetran sin piedad hasta el corazón. Verdaderamente, la mujer es como el gato, porque también el gato goza atormentando a su víctima y haciéndola sufrir con sus garras, sin cansarse jamás de este juego. Una vez paralizada su víctima, la devora y busca otra. Te cuento esto para ser franca contigo, porque no quisiera hacerte daño. No, en verdad, no quisiera hacerte el menor daño —repitió.
Con aire distraído cogió mis manos y puso una de ellas sobre su pecho y la otra sobre su muslo. Yo empecé a temblar y las lágrimas brotaron de mis ojos. Pero bruscamente rechazó mis manos y dijo:
—Ahora que lo sabes, vete y no vuelvas nunca más a fin de que no te pueda hacer daño. Pero si te quedas no podrás reprocharme nunca los contratiempos que te puedan ocurrir.
Me dejó tiempo para reflexionar, pero no me marché. Entonces lanzó un leve suspiro como si estuviese cansada de este juego y dijo:
—De acuerdo. Debo, ciertamente, darte lo que has venido a buscar. Pero no seas demasiado ardiente, porque estoy cansada y temo quedarme dormida en tus brazos.
Me llevó a su dormitorio. Su lecho era de marfil y madera negra. Se desnudó y me abrió los brazos. Yo tenía la sensación de que mi cuerpo y mi corazón y todo mi ser estaban reducidos a cenizas. Pero no tardó en bostezar y dijo:
—Estoy verdaderamente cansada y creo realmente que no has tocado mujer, porque eres muy inhábil y no me causas el menor placer. Pero un hombre que viene por primera vez a casa de una mujer le hace un don irremplazable. Por esto no te pido nada más. Vete ahora y déjame dormir, porque has recibido ya lo que viniste a buscar.
Quise besarla de nuevo, pero ella me rechazó, de manera que regresé a mi casa. Pero mi cuerpo estaba inflamado; en mí bullía todo, y sabía que no podría olvidarla jamás.
Al día siguiente le dije a mi servidor Kaptah que despidiese a todos los enfermos que se presentasen, diciéndoles que buscasen otro médico. Yo fui a casa del peluquero, me lavé y purifiqué y me ungí con ungüentos perfumados.
Encargué una silla de manos para ir a casa de Nefernefernefer sin mancillar mis pies y mis ropas con el polvo de las calles. Mi esclavo tuerto me seguía con la mirada inquieta, moviendo la cabeza, porque era la primera vez que yo abandonaba mi trabajo en pleno día y temía ver disminuir mis regalos si abandonaba a mis enfermos. Pero mi mente estaba obsesionada por una idea única y mi corazón ardía como un brasero. Y, sin embargo, esta llama era deliciosa.
Un servidor me hizo entrar y me llevó a la habitación de su dueña. Estaba arreglándose delante de un espejo y me miró con unos ojos fríos y duros como las piedras verdes.
—¿Qué quieres, Sinuhé? —preguntó—. Tu presencia me importuna.
—Bien sabes lo que quiero —dije yo, tratando de besarla porque recordaba su complacencia de la noche pasada.
Pero ella me rechazó con impaciencia.
—Eres malvado y tienes malas intenciones, puesto que me molestas —dijo con viveza—. ¿No ves que debo embellecerme porque espero a un rico mercader de Sidón que posee una joya de reina encontrada en una tumba? Esta noche me ofrecerá esta joya que anhelo, porque nadie tiene una igual. Por esto debo arreglarme y darme masaje.
Sin pudor, se desnudó extendiéndose sobre la cama para que una esclava pudiese darle masaje y ungirla. El corazón se me subió a la garganta y mis manos se cubrieron de sudor mientras admiraba su belleza.
—¿Qué haces aquí, Sinuhé? —me preguntó cuando la esclava se hubo marchado—. ¿Por qué no te has marchado? Tengo que vestirme. Entonces la pasión se apoderó de mí y me arrojé sobre ella, pero supo defenderse hábilmente y me sumí en lágrimas ante mi ardor impotente. Para terminar le dije:
—Si tuviese medios te compraría esta joya, bien lo sabes... Pero no quiero que otro te toque. Prefiero morir. —¿De veras?—dijo ella, cerrando los ojos—. ¿No quieres que nadie me bese? ¿Y si te sacrificase el día? ¿Si bebiese hoy contigo y gozase de tí porque mañana no hay nada cierto? ¿Qué me darías?
Abrió los brazos desperezándose sobre la cama, y todo su bello cuerpo estaba cuidadosamente depilado.
—¿Qué me darías? —repitió mirándome.
—No tengo nada que darte —dije yo, admirando su cama de marfil y ébano, el suelo de lapislázuli adornado con turquesa y numerosas capas de oro—. No, no poseo nada verdaderamente que pueda darte.
Y mis rodillas flaqueaban. Hice ademán de retirarme, pero ella me retuvo.
—Tengo piedad de ti, Sinuhé —dijo, desperezándose voluptuosamente—. Me has dado ya lo más precioso que poseí, si bien, una vez analizado, encuentro que se exagera mucho su importancia. Pero tienes todavía una casa, ropas y tus instrumentos de médico. No eres totalmente pobre.
Yo temblaba de pies a cabeza, pero respondí, sin embargo:
—Todo será tuyo. Nefernefernefer, si lo deseas. Todo será tuyo si quieres gozar conmigo. Poco vale, desde luego, pero mi casa está instalada para ejercer la profesión de médico y un alumno de la Casa de la Vida puede darte un buen precio por ella si sus padres son ricos.
—¿De veras? —dijo ella, volviéndose desnuda para mirarse en su espejo y corregir con sus dedos finos la línea negra de sus cejas—. Sea, pues, como quieres. Ve a buscar un escriba que redacte el acta a fin de transferir a mi nombre cuanto posees. Porque si bien vivo sola, no soy una mujer despreciable y debo pensar en el porvenir si me abandonas, Sinuhé.
Yo contemplaba su espalda desnuda y mi corazón latía tan locamente que me aparté de su lado y fui a buscar un escriba que redactó rápidamente los papeles necesarios y fue a depositarlos en los archivos reales. Cuando regresé, Nefernefernefer estaba vestida con lino real y llevaba una peluca roja como el fuego; sus muñecas y sus tobillos se adornaban con maravillosos brazaletes y una espléndida litera la esperaba delante de la casa.
Le di el documento del escriba y dije:
—Todo cuanto poseo es ahora tuyo, Nefernefernefer, incluso los vestidos que llevo. Comamos y bebamos y divirtámonos hoy, porque mañana no hay nada seguro.
Ella tomó el papel, lo encerró cuidadosamente en un cofre de ébano y dijo:
—Estoy desconsolada, Sinuhé, pero acabo de darme cuenta de que tengo mis reglas, de manera que no puedes tocarme. Por eso es mejor que te retires para que pueda purificarme, porque tengo la cabeza pesada y dolor en los riñones. Ven otra vez y obtendrás lo que deseas.
Yo la miré, con la muerte en el alma, sin poder hablar. Ella se impacientó Y golpeando el suelo con el pie exclamó:
—Vete, porque tengo prisa. Cuando quise tocarla exclamó:
—Vas a estropear mis afeites...
Regresé a mi casa y lo puse todo en orden para el nuevo propietario

De "Sinuhe el egipcio" estractado por mí. Continúa en el siguiente post
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Re: Nefer Nefer Nefer 1ª parte


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Iniciado por MariaG Ver Mensaje
—¿Por qué no fuiste a mi casa entonces, Sinuhé? Si me hubieses buscado me hubieras hallado. Hiciste mal en no haber ido a mi casa, en lugar de correr tras otras mujeres con mi sortija en el dedo.
—Era todavía un chiquillo y tenía miedo de ti. Pero en mis sueños eras mi hermana. Te burlarás de mí cuando te diga que no me he divertido todavía nunca con una mujer, porque esperaba volver a encontrarte un día.
Ella sonrió e hizo un ademán con la mano.
—Mientes con desfachatez —dijo—. Para ti soy una mujer vieja y fea y te diviertes mofándote de mí y engañándome.
Me miró y sus ojos me sonreían como en otros tiempos y a mis ojos se rejuvenecía como antaño, de manera que mi corazón se henchía de alegría.
—Es verdad que no he tocado nunca a ninguna mujer —dije—. Pero acaso no sea verdad no haberte esperado más que a ti porque quiero ser franco. Muchas mujeres han pasado cerca de mí, jóvenes y viejas, inteligentes y estúpidas, pero las he mirado sólo con los ojos del médico y mi corazón no se ha inflamado por ninguna de ellas. ¿Por qué? Lo ignoro. —Y añadí—: Me sería fácil decirte que es a causa de la piedra que me diste como prenda de amistad. Sin que yo lo supiese, acaso me has encantado al poner tus labios sobre los míos, porque tus labios eran dulces. Pero no es una explicación. Por esto podrías preguntarme millares de veces «¿Por qué?». Yo no sabría contestarte.
—Acaso de muchacho te caíste a horcajadas sobre el brazo de una litera y te volviste triste y solitario —dijo, bromeando y tocándome la mano con una dulzura que no había conocido en ninguna mujer.
No tuve necesidad de responder, porque sabía que había bromeado. Entonces retiró la mano y susurró:
—Bebamos juntos y alegremos nuestros corazones. Quizá me divertiré contigo, Sinuhé.
Y yo no estaba embriagado de vino, sino de su presencia y del contacto de sus manos. Hizo, por fin, un signo y los esclavos apagaron las luces, se llevaron las mesas y los taburetes, recogieron las flores aplastadas y las coronas y se llevaron en las literas a los hombres que se habían dormido delante de su copa de vino. Entonces le dije:
—Tengo, indudablemente, que marcharme.
Pero cada una de estas palabras me quemaba como la sal vertida sobre una herida, porque no quería perderla y todo instante pasado lejos de ella habría de estar completamente vacío para mí.
—¿Adónde quieres ir? —me preguntó con fingida sorpresa.
—Velaré toda la noche delante de tu puerta. Iré a hacer sacrificios a todos los templos de Tebas para dar gracias a los dioses por haberte encontrado al fin, porque desde que te he visto vuelvo a creer en los dioses. Iré a coger flores para sembrarlas a tu paso, cuando salgas de tu casa. Iré a comprar mirra para ungir los montantes de tu puerta.
Pero ella sonrió y dijo:
—Es mejor que no salgas, porque tengo ya flores y mirra. Es mejor que no salgas, porque excitado por el vino, podrías caer en manos de otras mujeres y no lo quiero.
Estas palabras me entusiasmaron hasta tal punto que quise poseerla, pero ella me rechazó diciendo:
—¿Sabes por qué Bastet, la diosa del amor, está representada con cabeza de gato?
—Me burlo de los dioses y de los gatos —dije yo, tratando de poseerla, con los ojos mudos de pasión.
Pero ella me rechazó y dijo:
—Podrás pronto tocar mis miembros y poner tu mano sobre mi pecho si esto puede calmarte, pero debes antes escucharme y saber que la mujer es como el gato y la pasión es como un gato también. Sus patas son dulces, pero ocultan unas garras aceradas que penetran sin piedad hasta el corazón. Verdaderamente, la mujer es como el gato, porque también el gato goza atormentando a su víctima y haciéndola sufrir con sus garras, sin cansarse jamás de este juego. Una vez paralizada su víctima, la devora y busca otra. Te cuento esto para ser franca contigo, porque no quisiera hacerte daño. No, en verdad, no quisiera hacerte el menor daño —repitió.
Con aire distraído cogió mis manos y puso una de ellas sobre su pecho y la otra sobre su muslo. Yo empecé a temblar y las lágrimas brotaron de mis ojos. Pero bruscamente rechazó mis manos y dijo:
—Ahora que lo sabes, vete y no vuelvas nunca más a fin de que no te pueda hacer daño. Pero si te quedas no podrás reprocharme nunca los contratiempos que te puedan ocurrir.
Me dejó tiempo para reflexionar, pero no me marché. Entonces lanzó un leve suspiro como si estuviese cansada de este juego y dijo:
—De acuerdo. Debo, ciertamente, darte lo que has venido a buscar. Pero no seas demasiado ardiente, porque estoy cansada y temo quedarme dormida en tus brazos.
Me llevó a su dormitorio. Su lecho era de marfil y madera negra. Se desnudó y me abrió los brazos. Yo tenía la sensación de que mi cuerpo y mi corazón y todo mi ser estaban reducidos a cenizas. Pero no tardó en bostezar y dijo:
—Estoy verdaderamente cansada y creo realmente que no has tocado mujer, porque eres muy inhábil y no me causas el menor placer. Pero un hombre que viene por primera vez a casa de una mujer le hace un don irremplazable. Por esto no te pido nada más. Vete ahora y déjame dormir, porque has recibido ya lo que viniste a buscar.
Quise besarla de nuevo, pero ella me rechazó, de manera que regresé a mi casa. Pero mi cuerpo estaba inflamado; en mí bullía todo, y sabía que no podría olvidarla jamás.
Al día siguiente le dije a mi servidor Kaptah que despidiese a todos los enfermos que se presentasen, diciéndoles que buscasen otro médico. Yo fui a casa del peluquero, me lavé y purifiqué y me ungí con ungüentos perfumados.
Encargué una silla de manos para ir a casa de Nefernefernefer sin mancillar mis pies y mis ropas con el polvo de las calles. Mi esclavo tuerto me seguía con la mirada inquieta, moviendo la cabeza, porque era la primera vez que yo abandonaba mi trabajo en pleno día y temía ver disminuir mis regalos si abandonaba a mis enfermos. Pero mi mente estaba obsesionada por una idea única y mi corazón ardía como un brasero. Y, sin embargo, esta llama era deliciosa.
Un servidor me hizo entrar y me llevó a la habitación de su dueña. Estaba arreglándose delante de un espejo y me miró con unos ojos fríos y duros como las piedras verdes.
—¿Qué quieres, Sinuhé? —preguntó—. Tu presencia me importuna.
—Bien sabes lo que quiero —dije yo, tratando de besarla porque recordaba su complacencia de la noche pasada.
Pero ella me rechazó con impaciencia.
—Eres malvado y tienes malas intenciones, puesto que me molestas —dijo con viveza—. ¿No ves que debo embellecerme porque espero a un rico mercader de Sidón que posee una joya de reina encontrada en una tumba? Esta noche me ofrecerá esta joya que anhelo, porque nadie tiene una igual. Por esto debo arreglarme y darme masaje.
Sin pudor, se desnudó extendiéndose sobre la cama para que una esclava pudiese darle masaje y ungirla. El corazón se me subió a la garganta y mis manos se cubrieron de sudor mientras admiraba su belleza.
—¿Qué haces aquí, Sinuhé? —me preguntó cuando la esclava se hubo marchado—. ¿Por qué no te has marchado? Tengo que vestirme. Entonces la pasión se apoderó de mí y me arrojé sobre ella, pero supo defenderse hábilmente y me sumí en lágrimas ante mi ardor impotente. Para terminar le dije:
—Si tuviese medios te compraría esta joya, bien lo sabes... Pero no quiero que otro te toque. Prefiero morir. —¿De veras?—dijo ella, cerrando los ojos—. ¿No quieres que nadie me bese? ¿Y si te sacrificase el día? ¿Si bebiese hoy contigo y gozase de tí porque mañana no hay nada cierto? ¿Qué me darías?
Abrió los brazos desperezándose sobre la cama, y todo su bello cuerpo estaba cuidadosamente depilado.
—¿Qué me darías? —repitió mirándome.
—No tengo nada que darte —dije yo, admirando su cama de marfil y ébano, el suelo de lapislázuli adornado con turquesa y numerosas capas de oro—. No, no poseo nada verdaderamente que pueda darte.
Y mis rodillas flaqueaban. Hice ademán de retirarme, pero ella me retuvo.
—Tengo piedad de ti, Sinuhé —dijo, desperezándose voluptuosamente—. Me has dado ya lo más precioso que poseí, si bien, una vez analizado, encuentro que se exagera mucho su importancia. Pero tienes todavía una casa, ropas y tus instrumentos de médico. No eres totalmente pobre.
Yo temblaba de pies a cabeza, pero respondí, sin embargo:
—Todo será tuyo. Nefernefernefer, si lo deseas. Todo será tuyo si quieres gozar conmigo. Poco vale, desde luego, pero mi casa está instalada para ejercer la profesión de médico y un alumno de la Casa de la Vida puede darte un buen precio por ella si sus padres son ricos.
—¿De veras? —dijo ella, volviéndose desnuda para mirarse en su espejo y corregir con sus dedos finos la línea negra de sus cejas—. Sea, pues, como quieres. Ve a buscar un escriba que redacte el acta a fin de transferir a mi nombre cuanto posees. Porque si bien vivo sola, no soy una mujer despreciable y debo pensar en el porvenir si me abandonas, Sinuhé.
Yo contemplaba su espalda desnuda y mi corazón latía tan locamente que me aparté de su lado y fui a buscar un escriba que redactó rápidamente los papeles necesarios y fue a depositarlos en los archivos reales. Cuando regresé, Nefernefernefer estaba vestida con lino real y llevaba una peluca roja como el fuego; sus muñecas y sus tobillos se adornaban con maravillosos brazaletes y una espléndida litera la esperaba delante de la casa.
Le di el documento del escriba y dije:
—Todo cuanto poseo es ahora tuyo, Nefernefernefer, incluso los vestidos que llevo. Comamos y bebamos y divirtámonos hoy, porque mañana no hay nada seguro.
Ella tomó el papel, lo encerró cuidadosamente en un cofre de ébano y dijo:
—Estoy desconsolada, Sinuhé, pero acabo de darme cuenta de que tengo mis reglas, de manera que no puedes tocarme. Por eso es mejor que te retires para que pueda purificarme, porque tengo la cabeza pesada y dolor en los riñones. Ven otra vez y obtendrás lo que deseas.
Yo la miré, con la muerte en el alma, sin poder hablar. Ella se impacientó Y golpeando el suelo con el pie exclamó:
—Vete, porque tengo prisa. Cuando quise tocarla exclamó:
—Vas a estropear mis afeites...
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De "Sinuhe el egipcio" estractado por mí. Continúa en el siguiente post

Tiene que ser un honor para MIKA WALTARII, que MARlA G. le haya citado, en este foro.

ACHINECH.
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Antiguo 08-11-2009, 12:00
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Re: Nefer Nefer Nefer 1ª parte


Cita:
Iniciado por achinech Ver Mensaje
Tiene que ser un honor para MIKA WALTARII, que MARlA G. le haya citado, en este foro.

ACHINECH.
Más bien tendría que pedirle disculpas de rodillas por haber mutilado criminalmente su relato, porque no sólo he entresacado una parte, sino que le he metido la tijera entre párrafos para darle una redicha intención didáctica
Besos
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  #4  
Antiguo 08-11-2009, 13:30
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Re: Nefer Nefer Nefer 1ª parte


Cita:
Iniciado por MariaG Ver Mensaje
Más bien tendría que pedirle disculpas de rodillas por haber mutilado criminalmente su relato, porque no sólo he entresacado una parte, sino que le he metido la tijera entre párrafos para darle una redicha intención didáctica
Besos
MARÍA, acabas de demostrar que, además de humilde, eres muy inteligente.
Besos libidinosos, para ti.

ACHINECH.
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