bueno mi experiencia fue otra.
fue la semana pasada, a mi si me lo dio en camilla
lo pactado 20 euros, me dijo que nada de relax, pero hablando por telefono me dio a entender que se podia negociar, asi que fui.
la habiatacion pequeña, pegada a la pared, no habia perros, o si los tenia yo no los vi
me desnude completamenteendra que apre, y me puse de espaldas, masaje muy pero muy malo, a lo que a los 20 minutos, le dije de darme la vuelta.
la dije que 10 euros mas, y un relax manual, ya estaba harto de sobeteo mas que masaje.
enpezo el relax, y empece a meterla mano, al princio dijo que jno, pero insisti, y al final consegui quitarla la camiseta y el sujetador.
ya la tenia en top less, y ella seguia con el manual, y me decidi a meterle mano por los pantalones, paso lo mismo al principio no no no, pero al final, termino con los pantalones y bragas bajadas, y haciendola un dedo.
cuando estaba muy humeda, no me corte, y me levate y la puse en la camilla sentada y enpece a follar, la tia no se meneaba mucho pero gustar la gustaba, al final, corrida en la piernas y sabanas
la di los 30 acordados, y me fui
la tia no vale nada, muy beata, es vegetariana o algo asi, me pego una pequeña charla
la conclusion que saque que esta se dedica a esto porque no encuentra otra cosa, porque de masajes nada de nada, y follar y manual tendra que aprender mucho
yo no volvere, no soy de repetir, en cuanto a si la recomiendo, pues el que le gusten los masajes no

Por lo que dices parece que follasteis a pelo ¿no?

Soy un hombre de retos. Y no porque haya escalado 7 veces el K-2 y sin oxígeno, o porque me dedicase en tiempos mejores a abatir cocodrilos con las manos desnudas, no, sino porque me gusta rendir las murallas más altas que en el mundo se han erigido: aquellas tras las que se parapetan ciertas mujeres.
Me personé en casa de la masajista Esther con mi sonrisa de las tardes buenas. Se trata de un pisito de 60 metros cuadrados a pocos minutos de la Plaza de las Ventas; un pisito que parece en estado de alarma: cortinas balinesas, enseres por doquier, fotocopias de fotografías en las paredes y la continua sensación de que, de un momento a otro, todo se va a derrumbar.
Esther baja a abrir el portón de entrada al sentir el timbrazo del telefonillo. Cuando me puse en contacto con ella me dijo que estaba con un cliente pero, en mi ratito, durante mi hora, alguien le llamó y ella no interrumpió su tarea masajeante.
Esther recibe a la afición de la misma guisa con la que uno pudiera ponerse a recolectar coles de Bruselas: pantalones vaqueros de la época colonial, las zapatillas de la mujer de Yurupuki y jersey de cabrero puro: una Alcántara perfecta. Y es curioso que, con el disoluto en pelotas y en plena faena, la indumentaria no varíe, que ella mantiene, incluso, el jersey de montañés.
No es guapa Esther. Y quizá no sea, tampoco, atractiva. Sin embargo, aún a riesgo de caer en la incongruencia, la expresión dulce, los ojos tristes, la experiencia del compañero que asegura que se la zumbó y la castidad forzada me impulsaron a secundar a mi sonrisa de las tardes buenas con el resto de mis armas de seductor viejo en atención al honorable propósito, claro está, de embarcar a la marsopa. Así, y en orden sucesivo, hicieron su aparición la mirada pícara, la conversación envolvente, el cáliz de oro, las maneras de caballero, la conducción exquisita, los piropos fáciles y el mentalismo. Pero nada.
El masaje, de vuelta y vuelta, es un pasamanos sin cimientos científicos que, no obstante, transmite paz. Mi experiencia tuvo lugar en una pieza angosta en la que se veían los títulos de la señora; títulos que, escrito sea de paso y en base al formato de los documentos, no es descartable que se consiguieran, en su día, enviando a un código postal tres envoltorios de conchas Codan, por ejemplo, más treinta pesetas en sellos de correos.
Allí se encontraba el perrito, en la pieza angosta; un perrito dócil y encantador que, al cabo, ya dormido, se daba a emitir, apacible, unos ronquidos acariciadores.
No se incorpora en los 20 euros que cuesta la milonga, siquiera, el relax manual. O no se incorporó en mi turno. Y eso que algún rozamiento prometedor en el escroto me hizo albergar esperanzas, pero, como ya he apuntado, nada. Y fue por eso que, dando por descontado que la marsopa no habría de embarcar, puse sobre la mesa otros diez pavos para disfrutar de la veloz pajilla y para, después, más aliviado, comenzar, ya en la calle, a soñar con el espíritu de las navidades futuras.
Que Dios nos bendiga a todos.