Un día de pesca (Recuerdos de un paji-fetichi-sta / Vol. 3) - Foro Spalumi

    
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Un día de pesca (Recuerdos de un paji-fetichi-sta / Vol. 3)


RECUERDOS DE UN “PAJI-fetichi-STA” / Vol. 3: Un día de pesca.

No siendo aficionado a la pesca, ni de río ni de mar, un buen día descubrí “una presa” que despertó mi inmediata vocación para la pesca, en este caso urbana.

Me asomaba yo, como cualquier otro día al balcón de mi habitación, ese que ofrecía, de vez en cuando, excitantes vistas de mi adorada vecina madura en su terraza (ver, si se quiere, no es imprescindible: “Recuerdos de un paji-fetichi-sta”/vol.1); no estando ésta en ella, deslicé distraídamente la mirada desde la diagonal derecha de la terraza, hacia abajo; en la vertical donde se situaba el balcón que también pertenecía a mi vecina (el de su dormitorio). Este tenía un tendedero en el que solía poner a secar con preferencia; paños, trapos y otras prendas pequeñas (sobre todo ropa interior); aquellas que no cabían en el de la terraza, reservada en su mayoría para sábanas, toallas, camisas, pantalones...

Pues bien, ese día vi algo que captó poderosamente mi atención fetichista: uno de sus pantys color carne oscuro, yacían sobre un par de las cuatro cuerdas de que constaba el tendedero. El hecho me sorprendió por dos razones:

En primer lugar, por lo inhabitual; porque no solía ver tendidas las medias ahí (o los raros días en que sí lo hizo, no coincidí en asomarme). Supuse que era de esas prendas que por su delicadeza y ligereza solía reservar habitualmente a la terraza (donde estaban más protegidas), ya que ahí pude verlas algún día tendidas, con una pinza de madera atrapando la zona de la cinturilla, colocadas encima de alguna prenda más pesada y mullida, como por ejemplo: una toalla. Mi razonamiento era que; en el balcón, al ser más estrecho el tendedero, un embate de viento podía haber provocado, que una pernera del panty se levantara hacia un lado y se enganchara en uno de los dos salientes metálicos llenos de tornillos que, sobresaliendo del balcón, soportaban las cuerdas, y haberse hecho una carrera en ellas.

En segundo lugar me sorprendió, por que los pantys parecían descansar sobre las cuerdas sin sujeción aparente, con sólo una vuelta de las perneras sobre sí mismas como única medida de seguridad contra su posible caída. Debió razonar, mi adorada vecina, que aquel día en que no parecía correr ni la más leve brisa, no sería necesaria pinza alguna; o bien se distrajo y se le olvidó colocarla.

¿Comprendéis ahora, cómo de súbito, se le despertó la afición a la pesca, a éste vuestro humilde fetichista-narrador?

Ahí estaba “a mi alcance”, esa seductora prenda de mi querida vecina. Sólo tenía que ingeniármelas rápidamente para improvisar una “caña de pescar” con lo primero que pudiera hallar en casa. No sabía el tiempo que llevaban colgados allí los pantys, si estarían ya secos, junto con el resto de la colada, y su dueña iba a recogerlos en breve o quedaba todavía tiempo para eso (era el atardecer). Igual no la recogía hasta la noche (como le había visto hacerlo alguna vez) o hasta la mañana siguiente temprano (como también tenía por costumbre).

Hubiera preferido hacerme con unos pantys usados que contuvieran su esencia. De hecho, un día en su casa estuve a punto de robarle unos (su hijo era amigo mío, y a veces bajaba a verle un rato). Entré en el aseo contiguo a la cocina a hacer pis (porque era el que estaba al lado de la habitación de mi amigo), y de repente cuando acababa mi micción, reparé en el cesto alto de mimbre con tapadera que, no me cabía lugar a dudas, contenía la ropa sucia destinada a lavarse (lo había visto alguna vez). Ese día, tras orinar, eché el pestillo a la puerta (mi amigo se había alejado un momento antes hacia el salón, y tampoco podía saber si entré a hacer aguas mayores).

Con deseos, pero no mucha esperanza, de poder encontrar entre las prendas de la parte superior unos pantys de su madre, abrí la tapadera. En lo alto una sábana blanca arrugada. La moví un poco (tampoco era cuestión de revolver toda la cesta, si no los encontraba por esa zona, desistiría). Al retirarla algo más, no pude creer en mi fortuna: un retazo alargado que, entre las sombras provocadas por el lateral del cesto, parecía de color carne oscuro, asaltó mi vista. Me lancé a asirlo, aún pensando que, pese a su prometedora apariencia, podría tratarse de la manga de una camiseta o jersey, pero no.

El delicioso e inequívoco tacto sedoso de unas medias, excitando las yemas de mis dedos, fue la pista definitiva. Extraje los pantys en su totalidad de debajo de la sábana, y llevándomelos a las fosas nasales inhalé profundamente su esencia, en especial la parte de uno de sus pies ¡Qué delicia! Pensé en ese momento que ahí dentro metía ella sus lindos piececitos, y eso me volvió loco. Estuve a punto de escondérmelos bajo el slip para llevármelos a casa y homenajearlos con devoción, pero no me atreví.

Las sospechas de su “pérdida” cuando la madre fuera a lavar la ropa, podrían recaer en mí (aunque no pudiera creerlo del amigo de su hijo), el con probabilidad, único visitante que esa tarde pasara por casa (y concretamente por ese aseo). Me recreé unos segundos más en la adoración de la sagrada prenda, y devolviéndola a su lugar bajo la sabana, cerré la tapadera del cesto y tiré de la cadena del wc, ya que podía oír a mi amigo de vuelta por la cocina.

Así que, retomando el relato tras este paréntesis; “flashback” que seguramente también tuve en ese día que ahora aquí os cuento, diciéndome a mí mismo que, si entonces no fui capaz de apropiarme de uno de sus pantys usados, ahora lo haría de unos lavados; no lo ideal para un fetichista, pero más valía eso que nada.

Ahora ninguna sospecha podía recaer en mí. Al ir mi vecina a recoger las prendas tendidas en el balcón, bien podía pensar que las medias se habían caído. Pero, aun así, me hubiera gustado poder ver su cara de extrañeza cuando mirara hacia abajo y no las viera, porque nuestros balcones daban a un patio interior entre bloques, cerrado por una puerta, cuya llave sólo estaba en poder del portero, ya que ahí estaban los cubos de la basura que él sacaba a la calle (¿pensaría entonces que los habría cogido el portero para devolvérselos a quien los reclamara? ¿Y si resultaba que era fetichista y se los había quedado? Pero… ¿Y si recogiera la colada antes de la hora habitual en que el portero pasaba al patio? ¿Donde coño habrán ido a parar mis medias? –Se preguntaría su linda cabecita- ¡Qué lejos estaría de sospechar que su imberbe vecino de arriba las había “pescado”!

En fin, allí estaba yo, cavilando en cuestión de segundos cómo realizar “la pesca”. Decidí rápidamente hacerme con una cuerda, que seguramente mi padre tendría entre sus útiles de bricolaje, en unos cajones de un cuartito donde practicaba su afición. En ese momento mi padre y mi madre se encontraban fuera, y no volverían hasta la noche. Recuerdo con precisión que quien sí se encontraba en casa era mi hermano, que estaba con un amigo viendo una película de video en el salón. Así que por ese lado no preveía interrupción alguna.

Me dirigí veloz al cuartito de las manualidades en busca de una cuerda apropiada para mis intenciones. Busqué en un par de cajones sin resultado, y por fin en el tercero di con varias. Escogí una lo suficientemente larga, calculé, para alcanzar mi objetivo, con ella regresé rápidamente a mi cuarto. Ya tenía el “sedal”, ahora me faltaba el “anzuelo”… ¡Ya está! –pensé- me dirigí a mi mesa, donde una cajita contenía clips. Cogí uno, y lo abrí de par en par. Uno de sus extremos lo pinché entre las hebras de la cuerda, asegurándome de que quedara bien fijo a ella; y separé algo más las paralelas de la alargada “u” del otro extremo, haciéndola más amplia; más como una “uve”.

Me asomé al balcón de nuevo, ya el atardecer era más acusado. Estaba empezando a oscurecer. Tenía que apresurarme para alcanzar mi presa, ya que, a la cada vez más menguante luz, podría enganchar el “anzuelo” en la prenda equivocada. Miré hacia el bloque de enfrente…No parecía haber nadie asomado. Saqué entonces la cuerda enrollada con varias vueltas en mi mano. Y empecé a bajar lentamente el extremo con el improvisado “anzuelo-clip”.

¡Anda que si ahora se asomaba alguien de enfrente! ¿Y si coincidía que mi vecina en ese momento abriera la ventana para recoger la colada encontrándose con la sorprendente escenita delante de sus narices? Joder, estaría perdido. Pero la tentación era extrema. Me arriesgaría porque la presa era demasiado excitante como para dejarla escapar. Seguí bajando la cuerda. El clip llegó a la altura de las cuerdas del tendedero. Lo aproxime bajándolo un poco más y con sumo cuidado hacia una de las perneras del panty. No quería ir demasiado deprisa y errar la captura, ni demasiado lento; no fuera a ser que en breve mi vecina abriera las cortinas del balcón encontrándose con el surrealista panorama.

Todavía tenía dudas de si alguna sujeción asía las medias a la cuerda ¿Y si alguna vuelta de una de las perneras sobre sí misma, o de la zona de la entrepierna, menos transparente, ocultaba alguna pinza? Pero una vez más, igual que antes, mi visión casi me aseguraba que no. Que estas parecían reposar libres sobre el par de cuerdas. Me embargaba una mezcla de nerviosismo, excitación y miedo a ser pillado. No podía demorarme mucho más, estaba tentando la suerte. Pero no quería pillar por error otra prenda.

Cuando me aseguré con precisión de que la situación del “garfio” del clip estaba lo más cerca posible de mi presa, así como lo más alejada posible de las circundantes, imprimí un balanceo mínimo hacia una de las perneras del panty, tiré lentamente hacia arriba de la cuerda…y nada; el ángulo de acercamiento no fue el óptimo. Volví a bajarla intentando calmar los nervios y, a la segunda intentona…, me pareció haberlo conseguido. Tiré un poquito hacia arriba, sin cantar aún victoria, pero en efecto: pude observar que la pernera había sido enganchada.

Empecé a subir la cuerda con lentitud. Esperando que en un momento dado un tirón seco me anunciara la mala noticia de que, para mi desgracia, las medias sí que estaban sujetas a la cuerda del tendedero…, pero no. Recogía y recogía mi “sedal”, y la fluidez de la operación no era interrumpida. Pude observar con profunda excitación, cómo la pernera, la entrepierna, y después; acabando de desliarse con lentitud de su vuelta sobre sí misma, la otra pernera abandonaba, deslizándose con suavidad suma, su contacto con la cuerda del tendedero.

Subía y subía la prenda, al ritmo de mi izamiento cuidadoso de la cuerda, alejándola un pelín de la vertical de la pared (no fuera a engancharse su delicada textura en alguna imperfección de la fachada). Aproximándose hacia mí cada vez más, balanceándose levemente, como con seducción propia. Eché otro vistazo rápido al bloque de enfrente. Ninguna amenaza aparente, cuando ya pude alcanzarla con la otra mano. Así las medias rápidamente, y las destrabé del clip, estaban secas… ¡Ah! qué sensación sentir su suave tacto, los olí con profundidad. Olían a limpio, evidentemente; pero su promesa de futuras satisfacciones (como la inminente), fue suficiente recompensa. Su sedosa y fina textura había cubierto los divinos pies y piernas de mi adorada vecina, y ese pensamiento era morbosamente perturbador.

Me los metí rápidamente dentro del slip, por si mi hermano aparecía de repente por mi cuarto y me pillara con ellos en la mano; y dirigiéndome a toda pastilla al baño (más tarde devolvería la cuerda a su lugar, ni en eso me quería demorar de lo cachondo que iba) decidí hacerle el primer homenaje de otros muchos que le seguirían. Parecía un sueño, pero no. Excepto por el hecho de estar lavadas, circunstancia que no hacía redondo el trofeo… ¡Tenía en mi poder uno de los pantys de mi deseada vecina! ¡Dios, qué fuerte!

Una vez encerrado en el aseo, me bajé los pantalones y el slip. Así con firmeza demencial mi adorado tesoro y sentándome en la taza del váter, metí una mano en una de las perneras del panty. La otra pernera la enrollé, para a continuación envolver el pie de ésta en el tronco del pene, emplazando con tensión la zona de los deditos en el capullo. Me agarré el pene todo morcillón, y con la polla envuelta en ese sedoso “condón” comencé a pajearme, mientras me llevaba la otra mano enfundada, hacia la cara, restregándomela por entero con su suave tacto. Lamiéndola y oliéndola con avidez. No tuve que darle mucho al asunto para obtener un subidón de placer extremo. Una corrida brutal impactó en las interioridades de la fina textura de la media, oscureciendo su tono carne oscuro aún más. Ser consciente de que un lecharazo de mi caliente esperma, ocupaba ahora el lugar donde previamente se habían alojado los deliciosos deditos de su pie, fue algo de un morbo inenarrable.

Durante un tiempo dispensé varios honores más a la divina prenda. Hasta que un día, llena ya de carreras, y antes de que mi madre pudiera descubrirlas entre mis cosas (si es que no lo había hecho ya, decidiendo hacerse la tonta, y pensando que podía ser algún recuerdo, robado o regalado, de alguna amiguita especial de su hijo), decidí tirar los pantys a la basura, alojándolos bien ocultos, bajo los restos de cascaras de frutas y otros desperdicios de la bolsa, no los fuera a descubrir algún miembro de la familia en el último momento.

Una vez más, doy gracias a la suerte, por proporcionar a este vuestro humilde narrador, esos días (hoy recuerdos) de inmenso placer paji-fetichi-sta.


FIN
__________________
Porgi amor,
qualche ristoro
al mio duolo, a miei sospir!
O mi rendi il mio tesoro,
o mi lascia almen morir!
(Le nozze di Figaro / Wolfgang A. Mozart)

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Etiquetas
día, pajifetichista, pesca, recuerdos, vol


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