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Antiguo 04-02-2011, 19:40
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Tres caricias subrepticias


TRES CARICIAS SUBREPTICIAS
Lo que cuento aquí sucedió en mi adolescencia.

A algunos os parecerán unas experiencias de una inocencia sublime, pero poneros en la piel de un adolescente fetichista; aún virgen, loco por los pies y piernas femeninas enfundadas en medias, y al deseo con que día a día veía a tres mujeres y, en el caso de dos de ellas (las dos más maduras) también tenía ocasión de hablarlas. A mí, esos momentos, me excitaron sobremanera.

Y, en todo caso, es más la evocación de lo que supusieron para mí estas hembras en aquellos tiempos en que me la pelaba como un mono, que las “experiencias” en sí, meras guindas del recuerdo total que de ellas atesoro. Convocábalas por entonces en mi imaginación, alimentando aún más el material mental de mis masturbaciones con fantasías de sexo desaforado, en las que ellas eran protagonistas, y donde, por supuesto, sus pies y piernas eran elementos preponderantes de éstas.

El orden con que voy a contar las experiencias es el de menor a mayor excitación que me produjeron éstas. Más que por el hecho de la experiencia en sí (las tres son similares en su inocencia y falta de “consecuencias”), guarda relación con el hecho de que: a más confianza con la persona (ninguna en el primer caso), más excitación me produjo la experiencia (bastante en el tercero, por lo que, en este caso, me arriesgué más aún).

La primera: Con una dependienta de “El Corte Inglés” de Preciados que trabajaba en la zona de utensilios de cocina. La más joven de las tres (morena, guapa, de pelo ligeramente rizado y con rasgos agitanados). A ésta la veía menos porque me suponía desplazarme al centro (a diferencia de las otras dos que, por trabajar ambas en mi barrio, durante una época veía casi a diario). Solía llevar, la mayoría de las veces medias negras y sandalias azules oscuras que dejaban ver sus deditos, tenía unas buenas pantorrillas, fuertes, pero femeninas. Recuerdo la ocasión en que, encontrándose de cuclillas colocando unas bandejas, no pude aguantarme, y acuclillándome a mi vez, muy pegado a su lado, fingí mirar unos juegos de tazas que había a la izquierda de las bandejas. Asegurándome de que estaba a su tarea, aunque evidentemente, reparó en mí; llevé el dorso de la mano derecha hacia delante, en un movimiento deliberadamente lento, como yendo a coger con cuidado una taza para observar mejor su dibujo, y acaricié su sedoso muslo (cuya falda, que entonces creo recordar las llevaban grises, dejaba ver hasta su mitad), en dirección hacia la rodilla “como sin querer”, primero con los dedos y luego el resto de la mano. En éste caso creo recordar que apenas miró un leve instante hacia su pierna y mi mano, y siguió con lo suyo. Debía encontrarse muy ocupada y distraída hacia mí, y consideró que se trataba de un roce casual, aún cuando hacía falta pegarse mucho y “ser muy torpe” para realizar ese contacto.

¿Hace falta añadir como evoqué ese momento cuando llegué a casa?

La segunda: Con una encargada de una sala de juegos recreativos a la que solía ir con un amigo. En mi memoria superaba los cuarenta años, aunque igual es el recuerdo desde la perspectiva del adolescente que entonces era, y como mucho, estaba en ellos. En cualquier caso era una madurita que me ponía burrísimo. A mi amigo también (aunque a lo mejor, en su caso, no se fijaba tanto en lo que yo: sus extremidades inferiores). Tenía una media melena de pelo castaño rizadito. Sin ser un bellezón, la recuerdo como muy atractiva y con “cara de vicio”. Siempre vestía blusas claras, en las que se insinuaban las redondeces de un buen par de tetas; y falda, negra o gris. Casi siempre llevaba medias negras o marrones oscuras y, sobre todo, me acuerdo, muy transparentes (como a mí me gustan),y a menudo calzaba sandalias, negras generalmente, (sólo un día la recuerdo con medias color carne, y ese día llevaba zapatos cerrados). Me fijaba en sus deditos, (más oscuros éstos por la puntera reforzada de la media) y también en la zona del talón (entonces todavía se solía ver en algunas medias ese detalle de refuerzo en esa parte del pie, hoy poco habitual o prácticamente desaparecido), no recuerdo si solía llevar pintadas las uñas. Tenía unas pantorrillas largas y preciosas, no eran delgadas, pero tampoco gordas, para mí eran ideales.

Y ahora he de contar la disposición del local para llegar a la situación que propició mi “contacto” aquel día. En la planta baja, la de calle, se encontraban las máquinas tragaperras (vedadas a nosotros por ser menores de edad, aunque tampoco nos interesaban). Nosotros íbamos a jugar a las máquinas de marcianos y similares, que se encontraban en el primer piso.

Tenía, “nuestra querida” encargada, la costumbre de sentarse en las escaleras que comunicaban las plantas, ya que la superior, al igual que la escalera, contaba con una celosía de hierro en el lado de la planta que daba a ésta, permitiéndole visualizarla entera, y los requerimientos de los clientes, de cambio de monedas o de lo que fuera, pudiendo así, con un ligero movimiento de cabeza arriba y abajo, controlar las dos salas cuando se encontraba ella sola; recuerdo que, más tarde, cuando había más clientela, iba otro encargado, un hombre mayor que ella, para ayudarla o a veces directamente a sustituirla.

Al ir con bastante frecuencia, y cuando había poca gente (por la mañana o primera hora de la tarde), cogió cierta confianza con nosotros y, a veces, solíamos sentarnos a su lado a charlar en la escalera (bien entre partidas, o por que ya se nos había acabado el suministro de monedas), detalle que agradecía, porque tenía momentos ociosos, de poco trabajo. En esas charlas creo recordar que nos confesó que estaba separada; y también nos preguntaba, recuerdo, sobre lo que estudiábamos, la familia o cómo nos divertíamos (en ese momento pensé cuánto me divertiría, si ella me dejara, agarrando sus pantorrillas, frotando mi cara con sus pies, y masajeando sus hermosas piernas hasta desgastar con mis manos enloquecidas la fina y excitante sedosidad que las envolvía... pero claro, no iba a decirle todo eso. Así que me conformé con una de mis experiencias de contacto):

Mi amigo se solía sentar en el mismo peldaño que lo hacía ella, o un poco más arriba; y yo, con toda intención, un par más abajo que el de ella y en su diagonal, desde donde podía disfrutar de una magnífica perspectiva de sus hermosas pantorrillas y de lo que, según el día y el largo de la falda, dejara ver de sus muslos, ese día llevaba medias marrones muy oscuras. Eso sí, deliciosamente transparentes, como siempre, y con algo de brillo.

Mi amigo se levantó para ir al servicio y yo, aprovechando ese momento, busqué la cartera en el bolsillo interior del abrigo, que sostenía sobre mis piernas, con la excusa de cambiar un billete por monedas:

-¿Me cambias, Conchi, por favor? (creo recordar que ese era su nombre).

-Sí… –y mientras dirigía la mirada y sus manos hacia la cremallera de la bolsita alargada de cuero que pendía de su cintura llena de monedas, fingí que se me resbalaba el abrigo dejándolo caer a sus pies. Lo recogí, poniéndome al mismo tiempo de pie, pegando el dorso de la mano a su pantorrilla y recorriéndola de abajo arriba. Me puse cardiaco. Llegué a dudar de si fue consciente de mi nada casual maniobra. Una vez más, la incertidumbre ante ello, hacía más excitante para mí el momento. Me dio el cambio, con una cara de duda. Pero nada más añadió. Me encaminé escaleras arriba para matar unos marcianos con mi amigo.


Repito: ¿Hace falta añadir como evoqué ese momento cuando llegué a casa?


La tercera: Con la dueña del primer video-club al que me apunté, recién comprado por mi padre el primer video. Como alquilaba a diario y desde muy joven he sido muy aficionado al cine, recuerdo charlar mucho con ella, que también era muy cinéfila, de la película que alquilaba, o de algunas que en ese momento proyectaran en el cine. Solía pasar mucho tiempo sola en el establecimiento porque, siendo éste pequeño, tampoco era necesaria más gente; excepto a ciertas horas de la tarde, en que podía haber más afluencia de gente, o el sábado por la mañana (luego se cerraba hasta el lunes). Horas estas en que solía ir a ayudarla su marido y a veces su hija, morena y en los veintitantos y no del todo falta de atractivo, pero a mí me gustaba mucho más su madre. Porque me parecía más guapa (tenía un aire a Cybill Shepherd, actriz que me gustaba mucho en aquellos tiempos), porque era una época en que me sentía especialmente atraído por la mujeres maduras (y ella estaría cerca de los cincuenta), y además porque vestía, a diferencia de la hija, muy femenina.

Solía llevar falda hasta las rodillas, a veces vestidos, o pantalones, pero siempre elegantes. La mayor parte de las veces zapatos de tacón o botines, y le gustaba mucho el color negro, en general. A veces llevaba sandalias, pero en las menos de las ocasiones; frecuentaba más los zapatos. Era delgada y tenía un tipito precioso para su edad. Solía llevar su bonito pelo rubio recogido en una coleta encantadora.


Me gustaba llegar a última hora de la tarde, poco antes de cerrar, cuando se encontraba colocando en las baldas de las paredes o a ambos lados del único mueble de forma trapezoidal, que se encontraba en el centro del local, las películas devueltas o algunas que le acababan de llegar nuevas y que acababa de fichar con un numerito y un código indicando el género en un papelito que fijaba con celo en su lomo. La observaba mientras se movía a un lado y a otro con el que era normalmente su “atuendo” habitual: falda o vestido negro y zapatos de tacón también negros. A juego con todo ello, por supuesto: medias negras, que enfundaban sus preciosas pantorrillas, delgadas, de modelo.

El momento especial tuvo lugar un sábado a última hora, cercana la hora de cierre. Nunca lo olvidaré. Vestía como acabo de describir en el párrafo precedente. Yo me disponía a irme a mi casa con un par de pelis ya alquiladas; pero me entretuvo hablando más de la cuenta, más que otras veces. No estaba el marido ni la hija, como otros sábados y habiendo colocado todas las películas, registrado todas las devoluciones y novedades y, no hallándose gente en el local a la que atender, debía de estar aburrida. Creo recordar que me preguntó o comentó algo del programa de gestión del negocio mirando la pantalla del pc, que si yo entendía de ordenadores o programas o algo así, no lo recuerdo con exactitud. Lo que sí recuerdo, como si fuera ayer, fue que, tras su consulta o comentario, comenzó a girar el monitor para mostrarme la pantalla (entonces eran muy voluminosos y pesados), e indicarme a lo que se refería, pero volvió a dejarlo como estaba y, como había cierta confianza, añadió:

-Espera; ven mira -haciéndome un gesto con la mano para invitarme a pasar por mi izquierda, al otro lado de la mesa de cristal desde donde atendía, y sobre la que reposaban el ordenador y la gran pantalla. En la parte de debajo de la mesa, había varios departamentos donde podían verse carpetas, cuadernos, folletos y algunas cajas de películas, tanto con la funda y logotipo del video-club; como con las cubiertas originales, pendientes de registrar.

El corazón se me aceleró por la invitación. Mi imaginación, ya desbocada en esos días de masturbaciones e historias de guión de película porno, la imaginaba a continuación echando el cierre del establecimiento y llevándome a la trastienda para violarme salvajemente, mientras me confesaba que le ponían los jovencitos o que se había fijado hacía tiempo en cómo la miraba y sabía que me gustaba, y que me iba a hacer “un regalito”.

Ojalá. No fue ese el caso. Pero sí, que poco después de sentarme a su derecha en un taburete algo más bajo que en el que ella se sentaba y apenas empezando a explicarme lo que me quería comentar; se levantó y pasó por delante de mí, disculpándose un momento, no recuerdo si para cerrar la puerta que se hallaba abierta, echar el cartel de cerrado, o para qué. Aspiré su divina fragancia que flotó durante unos segundos en la brisa provocada por su paso, y llevé mi vista con deseo hacia sus piernas pensando cómo me gustaría acariciar esas exquisitamente torneadas pantorrillas y sentir la fina textura de sus medias bajo mis dedos. Y me dije: ¿Y por qué no? ¿Por qué me voy a quedar con las ganas? Al fin y al cabo, tenía que volver a mi lado, ¿no?

Preparando el “escenario” antes de que se volviera, corrí un poquito hacia delante el taburete en que me sentaba para estar más pegado a su paso a su regreso. Es más, me dije, en mis dos anteriores “experiencias de contacto” siempre había acariciado con el dorso de la mano, y ésta vez no iba a ser así:

Armándome de valor decidí que la iba a acariciar en condiciones, con la palma de la mano y las yemas de los dedos bien posicionados. El corazón empezó a palpitarme desbocadamente; en una mezcla de excitación y temor, ya que esta vez, era un gesto arriesgado, que difícilmente podría interpretarse como un roce casual.

Llegó a mi lado, y frenó la velocidad de sus pasos al ver que la distancia entre la mesa y mis rodillas se había reducido “extrañamente”. Empezó a pasar con lentitud, a pasitos cortos, rozándome el brazo con su culito y yo hacía como que me echaba un poco para atrás, para facilitarle el paso, pero sólo incorporé un poco el tronco. Estiré con rapidez la mano derecha, que colgaba muerta a mi lado esperando el preciso instante de entrar en acción; soy zurdo, pero la situación propició que esta fuera la mano que disfrutara el momento; y cuando su pierna derecha pasaba a mi altura me agaché un poco hacia delante para alcanzarla con comodidad y, con Isabel, (creo recordar que ese era su nombre), todavía de espaldas a mí, planté toda la palma de la mano bien pegada a su sedosa y deliciosa pantorrilla (la yema del dedo medio debió rozar su tendón de Aquiles) , y a continuación deslicé esta hacia arriba en un movimiento atrevidamente lento y untuoso. Justo cuando pasó, la retiré con rapidez. El tacto de su media, tan delicioso como preveía y la turbadora firmeza de su pantorrilla, me produjeron una descarga eléctrica terriblemente excitante.

Su reacción: se volvió y miró hacia abajo y a su derecha, en dirección a la mesa, con cara de extrañeza, no a mí. Como si alguna de las carpetas o folios que sobresalían de los departamentos de la mesa hubieran proporcionado esa rara sensación como de caricia, aunque… ¿tan real…? , se preguntaría, y… ¿hacia arriba…? En su cabeza (casi podía oír los mecanismos de su razonamiento), no podía dejar entrar la alternativa: que este joven cliente, aprovechándose de su confianza acababa de acariciarle con todo descaro la pierna.

El hecho de tomar conciencia de mi atrevimiento y de la incertidumbre de su reacción con una posible y lógica bronca, que no me hubiera extrañado, como por ejemplo: “Pero bueno, ¡¿acabas de acariciarme la pierna, niñato?! ¡Pero qué te has creído! ¡Fuera de aquí!” fue un instante que me produjo una excitación inigualable.

El caso es que se sentó sin darle más vueltas, al menos de cara a mí, pero estoy casi seguro que fue una actuación sólo aparentaba ser natural. Yo no era ningún loco, ni ningún violador, tan sólo un fetichista que no pudo contenerse, pero… ¿estaba ella segura de eso?

En su fuero interno lo tenía claro. Estoy seguro: ningún papel, ni borde de carpeta podría semejar (volando hacia arriba… ¿en un interior sin corrientes?), lo que claramente era el tacto de una mano que acababa de recorrer con avidez y enloquecido deseo fetichista su desvalida pantorrilla, tan inocente ella y tan desprotegida, aunque no del frío por la protección de la media, sí de posibles abusos mayores (la pantorrilla, el resto de la pierna y la totalidad de su cuerpo).

¿Tenía miedo y decidió seguirme la corriente, como si nada hubiera pasado, en la confianza de que si tenía el deseo de hacer lo que hice, con ello me conformaría, y consintió en no hacer ningún comentario al respecto para que nada más comprometedor para su integridad pudiera suceder o simplemente para evitar una desagradable escena que estropeara el “buen rollo” que había entre nosotros?

Por tercera vez: ¿Hace falta añadir cómo evoqué ese momento cuando llegué a casa?

FIN
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  #2  
Antiguo 05-02-2011, 14:08
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Magnífica la prosa empleada para narrar estos tres roces casi involuntarios. Estos relatos me han hacho revivir situaciones que también afronté en mi adolescencia. Ahora sí, estoy por creer que la señora del videoclub tenía tantas ganas como tú. Seguro que te pesa no habértela jugado. Yo me arrepiento de mi falta de determinación en una situación parecida.
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  #3  
Antiguo 05-02-2011, 14:36
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Magnífica la prosa empleada para narrar estos tres roces casi involuntarios. Estos relatos me han hacho revivir situaciones que también afronté en mi adolescencia. Ahora sí, estoy por creer que la señora del videoclub tenía tantas ganas como tú. Seguro que te pesa no habértela jugado. Yo me arrepiento de mi falta de determinación en una situación parecida.
Muchas gracias por tus elogios; arturo brito.

Me alegro de que te haya gustado. Revivir aquellos momentos, mientras lo escribía, me ha traído muchos recuerdos de la intensidad con que vivimos ese despertar sexual en esos años y lo excitante de muchas situaciones, como tú dices. (También en esa onda escribí el relato “Actividad extraescolar”).

Sí; siempre me quedará la duda. Hoy no me lo habría pensado y me habría lanzado (a riesgo de equivocarme); entonces…era un crío tímido e inexperto y no se me hubiera ocurrido insinuarme lo más mínimo. Pero… ¡Joder, cómo me ponía la señora…!

Saludos
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  #4  
Antiguo 17-02-2011, 01:40
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Espléndido Verdi. Qué gusto de prosa, bien escrita, bien desarrollada, perfecta en su ortografía, su sintaxis... y su morbo,a la par de la ironía y el humor que nos transmites con esa reiteración final de cada historia.Muchísimas gracias por compartir con nosotros tus recuerdos, tu arte.
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  #5  
Antiguo 17-02-2011, 03:14
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Iniciado por fipe Ver Mensaje
Espléndido Verdi. Qué gusto de prosa, bien escrita, bien desarrollada, perfecta en su ortografía, su sintaxis... y su morbo,a la par de la ironía y el humor que nos transmites con esa reiteración final de cada historia.Muchísimas gracias por compartir con nosotros tus recuerdos, tu arte.


¡Por Dios! Qué elogios. Me siento abrumado. Con posts así le levantáis la moral, de tal modo, a este humilde escritor aficionado, que algún día se lo va a acabar creyendo.

Te confieso que espero esa chispa, esa idea, que me anime a intentar una empresa mayor: una novela (erótica o no; no me lo planteo) difícil, pero me gustaría intentarlo.

MUCHÍSIMAS GRACIAS A TI.
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  #6  
Antiguo 17-02-2011, 12:01
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Iniciado por VERDI Ver Mensaje
¡Por Dios! Qué elogios. Me siento abrumado. Con posts así le levantáis la moral, de tal modo, a este humilde escritor aficionado, que algún día se lo va a acabar creyendo.

Te confieso que espero esa chispa, esa idea, que me anime a intentar una empresa mayor: una novela (erótica o no; no me lo planteo) difícil, pero me gustaría intentarlo.

MUCHÍSIMAS GRACIAS A TI.
Pues todo es ponerse. Eso sí, no confíes en que te lo edite nadie que no seas tú mismo, y si lo hacen, descuida que te chuparán la sangre. (El autor no suele percibir más allá del 5% del PVP, sin IVA, por supuesto, sólo sobre lo vendido, y eso con suerte)
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