Eran los años del “destape”, cuando a las salas de cine porno se las etiquetaba como “Salas X”. Era una amiga muy morbosa. La compre un mini vestido acorde con la época de las modas de la minifalda y la convencí de que se lo pusiera sin ropa interior. Realmente se cambió en los baños de un bar y metió la ropa interior en su bolso ya que sus padres jamás la dejarían salir de casa de aquella manera. Sus pezones se marcaban en aquel vestido varias tallas más pequeña que la que le correspondía y los laterales de sus imponentes pechos quedaban al aire entre las hombreras intentando escapar de la opresión del vestido. Al vaivén de su caminar se mostraban completamente sus muslos y el comienzo de su precioso culo respingón y duro.
La llevé a ver una sesión doble de películas porno de esas de sesión continua que comenzaban a las 10 de la mañana en el centro de Madrid, muy cerca de donde nos encontrábamos. El portero le pidió el DNI ya que entre sus trenzas de colegiala y su carita tierna parecía menor de edad. Recientemente había cumplido 18 años, la edad mínima para poder acceder a la sala. El revisor me miró con una mezcla de envidia y de censura por llevarla allí que jamás se me olvidará. Al acomodador le di una propina sustancialmente más alta de lo que era habitual en aquella época y le susurré que nos sentara en la misma fila pero en butacas separadas. Justo cuando entrábamos en la oscura sala puede observar la reacción de sorpresa en la cara de mi amiga y sus ojos chispeantes cuando pudo ver la pantalla y el tipo de película que se estaba proyectando.
Era muy temprano y había poca gente. Todo hombres, claro. Aunque estaba muy oscuro, vi perfectamente como todo el mundo se volvía a mirarla descaradamente cuando entramos. El acomodador nos sentó en mitad de la sala en una fila vacía y separados por unos seis asientos ante la sorpresa de ella, pero no dijo nada acostumbrada a mis juegos. Se concentró absorbida en mirar la pantalla. Pasados unos minutos, noté como comenzaba inquieta a cruzar sus piernas una y otra vez. De vez en cuando me miraba suplicante, quizás de una mayor cercanía. Pasado algo más de tiempo, estaba seguro de que ella ya no podía más y la prohibí acercarse cuando lo intentó, susurrándola que se acariciara ella sola. Tardó. Intentó evitarlo, pero solo logró aplazarlo. En un momento dado y sin dejar de mirar las escenas que se sucedían en la pantalla, sus piernas se abrieron y una de sus manos se introdujo entre sus muslos. Empezó a jadear primero ahogadamente, luego algo más fuerte de forma perceptible cuando el sonoro era nulo.
Entonces comprobé como todas las filas de atrás se iban llenando de rostros anónimos e irreconocibles. En un momento dado, desoyendo mis órdenes, se acercó y se sentó encima de mí, de espaldas, sin dejar de mirar la pantalla. Las filas delanteras estaban vacías. Primero sentí su suave culo restregarse en mi polla. Seguidamente, desabrochando mi cremallera e introduciéndose mi pene en su coño totalmente empapado y comenzando a cabalgar como una posesa.
Algunos espectadores se aventuraron a sentarse lo más
próximo posible a nosotros incluso en la misma fila. Mi mirada inquisidora les retuvo de extender sus garras hacia ella que es lo que pretendían en un principio y se limitaron a mirar. Ella comenzó a gemir cada vez más fuerte sin dejar de observar una pantalla que ella me tapaba por completo. La bajé los tirantes y dejé al descubierto sus firmes pechos, comencé a acariciarlos y a pellizcar sus pezones tal y como a ella le gustaba, mientras que mis sacudidas la hacían botar bastante fuerte y alto. Sentí sus manos acariciarme los testículos y estimular su clítoris a la vez a un ritmo desenfrenado, mientras sus saltos eran cada vez más y más descontrolados por mis arremetidas. Había llegado el momento y conseguí correrme a la par que ella en un orgasmo mutuo y sincronizado que duró varios minutos donde nuestros alaridos subieron más decibelios que el Soundround del propio cine.
No perdí la erección y ella se dio la vuelta para continuar cabalgando de cara a mí… entonces tomó sentido de la realidad. Pudo ver la gente que se agolpaba para observarnos. Algunos incluso de pié. Los tíos se masturbaban. Las filas se movían con el vaivén de la agitación de sus manos y la linterna del acomodador proyectaba un haz de luz zigzagueante hacia ella.
Sintió una vergüenza abismal y bruscamente se puso de pié, se subió las tiras del vestido, se bajó la falda y tiró de mí hacia el exterior no sin poder evitar que algunos hombres la tocaran el culo, el pecho, los muslos… y se deslizara algún papelito con teléfonos entre sus manos que ella dejaba caer.
Una vez en la calle me aseguró que jamás había visto una peli porno hasta ese momento, que con la excitación había perdido la noción de todo y que pensaba que estaba dentro de una de sus fantasías cuando notaba gente… pero ya más tarde me rogó que tendría que volver a llevarla otro día para cumplir otras… en la que participaran aquellos oscuros y anónimos espectadores también.
Pero eso, eso ya es otra historia para otro relato diferente…
02-03-2009, 18:23
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