ACTIVIDAD EXTRAESCOLAR (segunda y última parte) - Foro Spalumi

    
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Antiguo 12-04-2010, 23:17
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ACTIVIDAD EXTRAESCOLAR (segunda y última parte)


De espaldas a mí, la vecina estaba apoyando un barreño de plástico verde lleno de ropa lavada sobre una mesa redonda de mármol que ocupaba el centro de la terraza. Su rubia cabellera ondulada se apoyaba sobre sus hombros, vestía un jersey rosa muy elegante de cuello alto y falda gris hasta las rodillas. Iba vestida de calle; pero en sus pies llevaba las, ya conocidas por mí, sandalias negras que solía llevar en casa. Evidentemente, bien se disponía a salir en breve faltándole todavía ponerse los zapatos, bien ya estaba de regreso y acababa de descalzarse para poder acometer sus tareas domésticas con más comodidad. Llevaba medias negras. Me gustó este detalle, porque solía ser más frecuente por su parte el uso de las de color carne. Al igual que las más claras, éstas eran también transparentes, pero con la puntera más oscura.

¡Dios! Era imposible no sustraerse a experimentar la situación de forma completa, Así que... Con mi madre de compras, mi padre trabajando, y mi hermano también ausente, no me lo pensé dos veces y, sacando un pañuelo de papel del bolsillo del batín me lo coloqué alrededor del pene, que saqué ya morcillón, por la abertura de que estaba dotada la entrepierna del pantalón (no llevaba calzoncillos).

Tan emocionado estaba ante el hecho de que iba a llevar la, hasta ahora “pasiva experiencia”, a otro nivel, que bastaron cuatro o cinco sacudidas para que alcanzara la plena erección.

Al volver a asomarme pude ver a mi vecina ya de perfil, y en su mano izquierda la segunda prenda a tender (ya se veía colgada una toallita de baño) sostenía ésta unas braguitas color crema (me imaginé lo bien que le sentarían a su hermoso culito) y la derecha dos pinzas de madera.

Comencé a masturbarme con la mirada soldada a las evoluciones de sus gloriosos apéndices inferiores a un lado y a otro de la terraza. Hipnotizado seguía con la vista la línea de brillo que ascendía sinuosamente por la vertical de sus bellas y armoniosas pantorrillas y luego la deslizaba por sus preciosos pies con las uñas pintadas de lo que parecía granate, aunque también pudiera tratarse de un rojo atenuado por el tono más oscuro de la media, en su puntera reforzada.

Incrementé el ritmo sumergido en una nube de placer sublime, rayano en la locura, a medida que disminuía el número de prendas en el barreño, anunciando la posible despedida de mi musa del escenario (ya que no siempre era seguro el posterior regado de macetas). El subidón de placer presagiaba la llegada del orgasmo; un escalofrío me recorrió la columna vertebral y, ya casi a las puertas de la corrida, jadeé sin control y demasiado fuerte, por lo que despegué la vista de sus pies y la llevé hacia su cara en la esperanza vana de que no me hubiera oído y poder culminar con éxito la paja. Su seco y rápido giro de cabeza hacia mi ventana, no dejaba lugar a dudas.

No sé que me pasó. Me quedé como petrificado y reaccioné un segundo tarde; el justo para poder ser visto. Pero aún si no hubiera acontecido así; el estertor y la procedencia de éste habían sido, con total seguridad, inequívocos para ella: Se trataba de un jadeo que denotaba excitación sexual proveniente de la ventana de sus vecinos de arriba. Pero por mucho que me fastidiara, había además confirmación visual de que manaba de la garganta de su joven y mirón vecino.

Por supuesto la inminente eyaculación retrocedió “ipso facto” ¡Joder! ¿Por qué no habría mordido el cinturón del batín, por ejemplo? ¿Se lo diría a mi madre? ¡Dios! ¡Qué tremenda vergüenza! ¿Qué iba a pasar ahora?

Me senté en la cama guardándome el, ya por el susto, blando miembro. Apoyando los codos en las piernas me llevé las manos a la cara, que agaché con los ojos cerrados, pensando nervioso en cómo se resolverían las cosas. A los pocos segundos sonó el timbre de la puerta. Lo primero que pensé es que era mi madre que se habría olvidado las llaves, pero me extrañó que regresara tan pronto.

Inmediatamente después una cegadora chispa de comprensión me hizo levantar la cabeza de golpe y abrir los ojos de par en par: ¡La vecina! ¿Quién si no? Cualquier persona “normal” en una situación así habría reaccionado igual. Iría derecha a comunicar a los progenitores las marranadas a las que se dedicaba su hijo, mientras era espiada.

El miedo me atenazó por completo. Me deshice de las zapatillas con dos patadas secas al aire. Me levanté, y en calcetines, y procurando no hacer ruido sobre el parquet, me deslicé con sigilo hacia la puerta para ver quien llamaba. Por el pasillo iba pensando que aunque no fuera la vecina, sólo sería un alivio momentáneo. Más pronto o más tarde mis padres sabrían del desagradable incidente por su boca.

Alcancé la entrada. Estaba dirigiendo la mano a la tapita de la mirilla para desplazarla, pero no llegué a hacerlo porque, concentrada mi atención en la puerta, no vi un objeto que estaba en el suelo delante de mí propinándole una patada con tan mala fortuna, que fue a impactar contra ésta, produciendo un ruido que no dejaría lugar a dudas a quien se hallara al otro lado, de que la casa estaba ocupada.

Contrariado miré al suelo; a mis pies yacía un llavero oscuro de piel: Las llaves de mi madre (al fin y al cabo sí que se las había dejado, aunque más que olvidadas, perdidas). Me agaché a recogerlo y lo guardé en un bolsillo del batín. A continuación la voz de mi vecina:

-Abre; sé que estás ahí. –en un tono que no era de enfado, pero sí firme.

Oh, Dios; Oh, Dios ¿qué iba a hacer ahora?

-Mi madre no está; ha salido –dije sin muchas esperanzas.

-Ya sé que no está. Nos hemos cruzado en la escalera y me ha dicho que no habías ido al colegio; que estabas enfermo.

Sabía que no tenía escapatoria, pero lo intenté:

-¿Quieres que le deje algún recado o algo?

-Jaime…No soy tonta ¿sabes? Vengo a hablar contigo. –Y añadió en un tono que no parecía beligerante:

-Ábreme, anda.

Llevando una mano temblorosa al picaporte, lleno ya, más de vergüenza que de miedo, giré éste y clavando la mirada en el suelo abrí la puerta. Pude ver ahora sus maravillosos pies de frente. A pesar de lo dramático de la situación, no pude evitar empaparme la vista de sus bonitos dedos y de sus brillantes y cuidadas uñas, cuyo color granate pude ahora casi confirmar a pesar del velo negro que los cubría.

Ella permanecía en silencio y yo con la cabeza gacha. Acabé de abrir la puerta dando un par de pasos hacia atrás para permitirle el acceso al interior de la casa. Ella la agarró por el borde y la cerró despacio a sus espaldas. Elevé entonces la mirada con lentitud hasta que nuestros ojos se encontraron. Tenía una expresión seria, pero no tanto como era de esperar. Yo, rojo de vergüenza y volviendo a bajar la vista, dije:

-Lo siento –próximo al llanto por los nervios.

No sabía que añadir. Esperaba que me soltara una buena, pero seguía sin abrir la boca.

-¿Qué pasa Jaime? –Preguntó suavemente, sin ningún atisbo de enfado. -¿Te parece bonito lo que estabas haciendo?

-Yo… ¡No! Lo siento; es que… -balbucí trémulo, sin saber qué alegar en mi defensa.

Me levantó la cabeza por el mentón obligándome a mirarla de frente.

-Eres fetichista ¿verdad?

-¿Qué?...No sé -contesté desconcertado -¿Qué…qué es eso?

(Era verdad que no lo sabía. Entonces desconocía esa palabra, y más aún su significado).

-Es cuando alguien se siente especialmente atraído hacia alguna parte del cuerpo. En tu caso los pies…-Llevó dos dedos a mi barbilla aferrándola con firmeza, y preguntó:

-¿O me equivoco?

-No –admití bajando la mirada pero sin agachar la cabeza; su mano me lo impedía.

-O también hacia alguna prenda de vestir…

-También me gustan… las medias –confesé volviendo a mirarla directamente a los ojos; ya más bien excitado con la conversación que asustado. Máxime cuando mi interlocutora era precisamente receptáculo de mi fetichismo.

-Ya lo había notado Jaime.

-¿Sí?...-dije dubitativo.

-Claro. Te crees que lo disimulas, pero me doy perfecta cuenta de cómo me miras cuando nos cruzamos en la escalera o coincidimos en el colegio. Pero cuando nos acompañas a Marcos y a mí a casa, ya es que me comes con la mirada, y no me quitas la vista de las piernas. Y tus espionajes cuando estoy en la terraza…Te gusta mirarme los pies ¿verdad? Y seguro que te tocas la colita mientras… ¿No?

(Si viera cómo se me ponía, no la llamaría así)

-Si es que…Estoy enamorado –confesé; sin pensar en las consecuencias, pero deseando soltarlo.

-Jaime… –soltó una risita- Qué sabrás tú de enamoramientos…Si eres un niño.

-¿Me perdonas?…-pedí avergonzado; pero en cierto modo dolido de que no me tomara en serio.

-Nada que perdonar. Cosas de críos. -Bueno, por los menos no se lo había tomado por la tremenda. Eso me daba esperanzas; así que le pregunté:

-Entonces… ¿No le vas a decir nada a mis padres?

-Por esta vez no -(suspiré por dentro aliviado) - Pero vas a tener que cambiar tu actitud ¿eh? Puede llegar a ser molesta. ¿Sabes?

-Sí; lo prometo -Le contesté; inseguro de si sería capaz de cumplirlo.

-A pesar de todo; tengo un regalito para ti.

Y llevándose una mano a la cinturilla de la falda, sacó de debajo de ésta una pequeña bola con aspecto esponjoso de color marrón oscuro. Mientras la sostenía en la palma de una mano buscó con la otra un punto concreto de la misma y una vez hallado, hizo presa con los dedos y, retirando la otra mano, dejó que cayeran desenrollándose delante de mis narices las perneras de unos pantis color carne oscuro.

(No podía imaginar una dádiva más acertada por su parte. Como ya he dicho, me sorprendió en primer lugar, su “suave” reacción a todo lo acontecido y desde luego no esperaba un regalito tan íntimo, y mucho menos lo que iba a suceder a continuación).

Sosteniendo los pantis con las dos manos por la cinturilla, comenzó a enrollar sobre sí misma una de las perneras, como si fuera a ponérselos, mientras me decía:

-Siéntate –señalando con la cabeza una silla que se encontraba en el recibidor justo detrás de mí.

¿Qué se proponía? No tenía ni idea, y la verdad es que ya me daba igual. Estaba en sus manos. No me preocupaba el que mi madre pudiera volver en cualquier momento (quizá me tranquilizó la pérdida de las llaves, por lo que tendría que llamar al timbre, dándonos tiempo de preparar una excusa por la presencia en casa de la vecina, y disimular aquello que estuviéramos haciendo a su regreso). No sé qué tramaba ésta, ni hasta dónde estaría dispuesta a llegar, pero era tal la intensidad del momento que sólo podía concentrarme en él.

Una vez hubo acabado de enrollar la media hasta el pie de la misma me “ordenó”:

-Ahora te vas a bajar la cremallera del pantalón y te vas a sacar la pollita.

No podía creer lo que me estaba pasando. Esto ya era demasiado, pero desde luego no me iba a echar para atrás. Antes de que se arrepintiera, la obedecí sacándome el miembro a punto de reventar por la entrepierna del pantalón de pijama.

-¡Vaya, Jaime! Vas bien servido ¿eh? ¿Tan cachondo te pongo?

-Gracias –dije, y sólo pude añadir excitadísimo: Sí, me vuelves loco.

En silencio se acercó, y colocándome con las dos manos el extremo recogido de la media (allá donde van los dedos) en lo alto del prepucio, procedió a continuación a desenrollar alrededor del miembro el resto del pie de ésta, preocupándose además de que cubriera mis testículos. Era muy fina y suave. Sentir su sedosa caricia en mi sexo, sabiendo que previamente había engullido su pie, me puso a doscientos.

Una vez enfundada la cosa, la agarró con fuerza y comenzó a masturbarme de forma lenta y concienzuda.

-¿Te gusta? ¿Esto es lo que haces mientras me miras, cochino? –Me preguntó con su mirada clavada en mis ojos.

-¡Sí, sí!...-Proferí creyendo estar en un maravilloso sueño, pero por increíble que pareciera lo que estaba viviendo, era real.

Mientras me masturbaba con la mano izquierda, metió la derecha por la otra pernera de los pantis que yacía lacia encima de mis muslos sobre el pantalón del pijama, y una vez que alcanzó con los dedos extendidos el interior de su extremo, dirigió la mano enfundada a mi cara y me la restregó con suavidad firme por la nariz y la boca inundándome con el delicioso aroma atrapado en el tejido, sin duda cosechado de su extremidad inferior, pues evidentemente estaba usado. Saqué la lengua para libar toda la esencia destilada por su divino pie. Mientras, con la otra mano, no dejaba de pajearme cada vez más rápido conduciéndome a un estado de placer embriagador.

Pero la cosa no iba a acabar ahí. Entonces descalzó el pie derecho con una sacudida de la pierna yendo a parar la sandalia con un ruido seco a la pared detrás de la silla, y elevándolo hasta la altura de mi boca, retiró la mano de mi cara y ahora me magreó con el pie. Lo agarré con las dos manos y lamí los deditos a través de su sedosa envoltura negra. Su sabor era similar al de los pantis con los que antes jugueteó en mi cara, sólo que más intenso y por ello más excitante.

Aceleró la masturbación. Mi gozo crecía por momentos. La suma de sensaciones táctiles, olfativas, gustativas y, finalmente, la constatación visual bajo las sombras de la falda, de que esta vez llevaba medias (al fondo del muslo en penumbra vi la blonda de ésta y más allá, en la oscuridad de la entrepierna, unas braguitas de color rosa) pudo conmigo. La presa reventó y, jadeando, solté un abundante chorro de leche que inundó el pie del panti dejándolo empapado de espesos grumos, adquiriendo su extremo un color de oscura humedad.

No dejó de mover la mano arriba y abajo hasta que cesaron mis estertores y espasmos, asegurándose de que había expulsado toda la carga. Sólo entonces retiró la mano dejando mi miembro, ya agotado, coronado con su prenda llena de jugos. A continuación sacó el pie de mi boca, empapada toda la puntera de la media de saliva.

-¡Dios, gracias! –dije suspirando cuando por fin pude articular palabra con la, hasta ahora ocupada boca.

Calzó el húmedo pie y dándose media vuelta abrió la puerta para irse. Pero antes sentenció:

-Esto quedará entre nosotros. Te lo debía por tu halagadora y constante adoración. No se lo contarás jamás a nadie. Ni a familiares, ni a amigos, ni a extraños. Ni siquiera en un relato anónimo (¿?) ¿Lo prometes?

-Lo prometo… (Je, je, je).

Acto seguido desapareció tras la puerta y la cerró de un portazo.

¿FIN?

Como dije al principio de mi relato: “Nunca olvidaré la excitante experiencia que me deparó aquel día…”.

Muchos pensaréis que tan sólo son palabras en boca de un personaje ficticio; sólo fabulación narrada en primera persona. (Puede que sí y puede que no).

¿Existió tal vecina? Y si es así… ¿Fue real la experiencia? Y en ese caso… ¿Hubo otras? ¿Qué ocurrió después entre nosotros? ¿Alguna vez lo desvelaré?

¡Ah…preguntas, preguntas…! Sólo puedo deciros que mi relato contiene abundante material autobiográfico (con el que algunos os identificaréis) además del ficticio. ¿Cuál es el real y cuál el inventado? No siempre las cosas son como parecen. (¿Es ésta una de esas excepciones?).

En la mayoría de las ocasiones los sueños permanecen en su mundo onírico, pero a veces lo abandonan haciéndose realidad…
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  #2  
Antiguo 13-04-2010, 21:37
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Re: ACTIVIDAD EXTRAESCOLAR (segunda y última parte)


Gracias Verdi,

Aunque no soy fetichista del pie, siento desde muy niño una gran atracción por las piernas femeninas y has conseguido ponerme burro. ¡Qué bien manejas la tensión del relato desde el principio! Luego, cuando llaman a la puerta, la expectación se incrementa y tú, jodío, dosificando la acción para mantenernos en vilo. ¡Muy logrado!

Saludos.
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  #3  
Antiguo 14-04-2010, 00:13
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Re: ACTIVIDAD EXTRAESCOLAR (segunda y última parte)


Cita:
Iniciado por PACUMBRAL Ver Mensaje
Gracias Verdi,

Aunque no soy fetichista del pie, siento desde muy niño una gran atracción por las piernas femeninas y has conseguido ponerme burro. ¡Qué bien manejas la tensión del relato desde el principio! Luego, cuando llaman a la puerta, la expectación se incrementa y tú, jodío, dosificando la acción para mantenernos en vilo. ¡Muy logrado!

Saludos.
Muchas gracias; PACUMBRAL. Me congratula, una vez más, el modo en que aprecias mi esfuerzo por crear suspense e interés en mis relatos. Aunque me repita; reitero que detrás de ellos hay una meticulosa labor de reestructuración y reescritura para llegar al resultado, al menos más cercano, de lo que tengo en mente. Aquí he usado el “flashback”, tanto para recrear esos recuerdos colegiales (algo que me apetecía y que está relacionado con el resto del relato) como para hacer ver lo que significaron, para el protagonista, esos primeros “avistamientos” de la vecina y cómo se ha ido alimentando su morbo día tras día, hasta llegar a la situación final.

Trato también de que los elementos tengan su razón de ser (además de crear tensión, como dices). Dos ejemplos:

-El llavero caído en el suelo. Al golpear la puerta debido a la patada involuntaria del protagonista, le delata, y al mismo tiempo le da a éste una cierta tranquilidad, sabiendo que son las de la madre (el único miembro de la familia que va regresar en breve) y que tendrá por lo tanto que llamar a la puerta cuando vuelva. Lo que propicia que se deje llevar por la experiencia con la vecina (si es que le quedaba alguna duda).

-La ventana entreabiertapor la madre antes de irse (un gesto típico para airear la habitación de una persona enferma) que, si te das cuenta, es el detonante que desencadena toda la situación final; porque el protagonista, está tan absorto en la lectura, que ni cae en que su madre sale a la hora aproximada en que él sabe que su vecina sale a hacer sus labores. Es el hecho de estar entreabierta lo que le permite oír abrirse las puertas de la terraza y por tanto, tentarle.

MUCHAS GRACIAS; SALUDOS :iconbiggrin:
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