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Iniciado por Periódico "El Mundo" 28 de Junio de 1996
...y Araujo añadió que Castellana 180 carece de licencia. Ello no ha impedido que en poco tiempo se haya convertido en uno de los locales de alterne más lujosos, caros y afamados de la capital de España.
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Mucho ha debido cambiar esta sala para que de ella se dijeran tan pingües adjetivos.
Hace unas semanas acudí junto a unos amigos después de pasar una noche de fiesta por la zona de Castellana.
Se nos ocurrió que a esas horas de la mañana lo mejor que podríamos hacer sería tomarnos una última copa en este local situado en tan lujosa zona, corazón financiero de la capital, y de ahí pasar a uno de sus habitáculos de la mano de alguna de sus señoritas.
Entramos y ya de primeras se desvaneció la idea inicial que teníamos de este sitio.
Pequeño y angosto, el lugar que en otro tiempo había sido símbolo de modernidad había quedado obsoleto. De su barra colgaban algunos cincuentones barrigudos con pinta de llevar allí toda la noche y eran despachados por una camarera rusa que los trataba como cubos de basura en descomposición, llegando a insultarles a muchos de ellos mientras les malatendía.
Nos acercamos para sentarnos y la misma puso una falsa sonrisa al ver que no éramos habituales de la casa, preguntándonos qué queríamos de beber. Creo recordar que la consumición mínima era de 15 euros y constaba del mayor garrafón que haya probado hasta el momento, superando con creces el de la conocida discoteca La Noit, antro de baja estatura que se encuentra a unos cientos de metros de allí.
Como íbamos a lo que íbamos, una vez cobrada una comisión de 4 euros por el pago con tarjeta de crédito y portando la bebida en mano, todos giramos nuestras banquetas para contemplar la maravillosa panda de orcos que cubría la zona de asientos traseros y cruzaban sus constantes miradas en busca del dinero que asomaba de nuestros bolsillos. No dedicamos ni dos minutos a las siete sudamericanas que componían tan singular grupo merodeado por algún borracho que emanando el humo de un puro por su boca sólo buscaba su conversación y el movimiento de sus labios.
Mientras continuábamos dando intragables sorbos a la copa lo que empezó como una mera discursión de tres hombres con la camarera continuó elevando considerablemente su tono hasta que tuvo que intervenir el encargado que cooperaba con la ella en la barra. Aquello hizo que cada vez se uniera más gente a la polémica y que sin tan siquiera terminar de bebernos la copa desapareciéramos de ese ambiente irrespirable por siempre.