Club Las Musas. Experiencia.

Como nadie respondía a mi consulta, he hecho yo el I+D+I.

Voy a Las Musas. Está en una calle que antiguamente había bastantes pubs de copas, actualmente la mayoría cerrados. Fue una pena ver desierta una calle anteriormente tan llena de colorido y alegría. La fachada de Las Musas ya indica lo que te vas a encontrar dentro: un cartel con el metacrilato roto y la tira de leds colgando. Y mejor que esté así, porque la suciedad del metacrilato lo convertía no ya en traslúcido, sino en prácticamente opaco. Gracias a la rotura y la tira suelta, al menos se ve algo de luz.

En la puerta había varios carteles impresos con impresora doméstica, algunos de ellos dignos de mención. Como el que aparecían unos enanos bailando sevillanas en un folio en blanco y negro. Mi interés por hablar con el encargado del garito aumentaba a la misma velocidad que bajaba mi lívido. ¿Quién podría estar detrás de semejante atentado contra el buen gusto?

Entro y me encuentro un bar totalmente desierto. Cero clientes fuera de la barra. Nadie dentro de la barra. En un sofá cuatro chicas hablando entre ellas. Me siento en un taburete a esperar. Viendo que nadie me sirve, y que no se acerca ninguna chica, salgo fuera a fumar. Sale una chica a hablar conmigo que se presenta como Angelina. Bueno, lo de chica es una forma de hablar, ya que no
bajaría de los cuarenta y cinco años. Vestida más cercano a una callejera cutre de polígono industrial que a una trabajadora de un club del centro de Zaragoza. Hablamos un rato y me pide 100 euros por pasar la noche en el hotel conmigo.

Entro y por fin ya hay camarero. Me acerco a la barra a pedir y siguen las chicas sin acercarse. Hablo con el camarero y, en tono absolutamente sarcástico, alabo la decoración, compuesta por miles de cosas recargando el ambiente, espejos describiendo curvas y contracurvas entre las columnas, millones de lucecitas leds imitando estrellas, una bola de espejos evocando al Estudio 54... Le digo que me gusta la decoración, pero que creo que le faltaría algún neón. Y me dice el camarero, que se presentó como el encargdo del club, que ya había pensado, sobre uno de los espejos, poner un letrero de neón. Un escalofrío me recorre el cuerpo al pensar en tan horripilante imagen.

Se me acerca una de las chicas y me tomo una copa con ella. El encargado sigue hablando conmigo. Me pide 120 euros por una hora. Si la chica tuviera 20 años menos, quizá lo hubiese tomado en consideración. De repente, veo una chica que realmente estaba buena. La única que vi en el club. Una negrita con pinta de dominicana. Pero su vestuario era acorde con el entorno: vestido azul, sujetador gigantesco blanco que se veía por el escote de la espalda y zapatos verdes. La tía estaba muy buena, unos pechos increíbles, pero su estilo era de mercadillo.

Como le había dicho a Angelina que estaba de paso en hotel, cuando se separó el camarero, la chica con la que me tomaba la copa, que me dijo que se llamaba Shakira, me ofreció pasar la noche conmigo por 150 euros más fiesta.

Terminé mi copa y me fui.

Conclusiones:
Un sitio horrible, con un encargado poco profesional y entrometido, que gesticula hasta extremos ridículos, llegando a ser irritante. Sitio mal gestionado, que debe pagar poco a las chicas, por que todas quieren hacer servicios fuera. Éstas, a su vez, también poco profesionales, ya que ni se acercan a hablar con los clientes y usan el club para captar clientes particulares para ellas.

No creo que vuelva a ir, excepto para halloween, ya que si la decoración y los estilismos de un día normal dan miedo, en esa fecha serán terroríficos de verdad.