La lección del respeto

En las tiendas, con las compras, daban los Cupones Hogar Moderno, sellos en forma de casitas rojas, se pegaban en una cartilla y cuando estaba completa, se podían canjear por artículos en el Mercado de la calle Fuencarral número 45.
Mi MADRE, cargaba con bolsas y alguna llevaba yo, con todos los cachivaches que había escogido en aquel almacén.
Aquel viernes por la tarde, de vuelta hacía el autobús que nos devolvería a nuestra populosa barriada. Recorríamos la calle Valverde.
Yo era pequeño, pero ya me empezaba a enterar de la fiesta. Y sabía distinguir mujeres paradas en las aceras con los brazos cruzados, sobre tacones de vértigo, armadas con su bolso, fumando, con abundante maquillaje para lo habitual y ropa que dejaba ver más de lo que era normal para la época.
Al pasar ante una de ellas, para mí entonces, me pareció muy alta. Mi MADRE, me dijo:
“Ten cuidado con la Señora”
Yo, el niño ya chulito envalentonado de adolescencia. Con la intención de molestar a aquella mujer, contesté a mi madre elevando la voz para que ella lo pudiera escuchar.
“Estas son solo Putas” (Una vez escribí por ahí abajo, no hace mucho, que alguien me dijo, “no te pongas así, solo somos Putas”)
Mi brava MADRE, dio dos o tres pasos más, ante la insolencia de aquel mocoso que todavía no había a aprendido a limpiarse bien esos mocos. Soltó las bolsas en el suelo. Volvió sobre sus pasos. Y cogiéndome de la mano, me puso ante aquella imponente mujer, que entre sorprendida y supongo cabreada por lo que había oído, nos miraba perpleja.
Mi MADRE, se dirigió a aquella mujer, educadamente como lo hacía siempre.
Buenas tardes Señora:
“Mira niño, esta Señora; está aquí, ganándose la vida, haciendo lo que quiere, lo que necesita o para dar de comer a sus hijos. Igual que tu Padre esta cada día en el taller o Yo en la tienda.”
“Lo has entendido; todos los trabajos son honrados, cada uno, trabaja en lo que quiere o lo que puede. Y de Dios para abajo cada uno vive de su trabajo”.
“Si tú, o tus hermanos, no tuvierais para comer, puede que: Yo estuviese aquí como esta Señora.”
“Como veo que te has equivocado: Pídela perdón. Y dila que: no sabías lo que decías”.
Bajo la mirada entre confundida y atónita de aquella mujer. Notaba el calor del sonrojo de mi cara que seguro superaba al rojo de sus labios, que recuerdo exageradamente pintados. Seguro que yo parecía un gusiluz con las pilas nuevas
Solo la dije, sin poder mirarla a la cara: “perdone…”.
“Lo ve usted Señora (dijo mi MADRE), se ha equivocado y el niño, no sabía lo que decía”
Buenas tardes y usted perdone.
Con voz descarada pero educada y supongo que algo avergonzada. La contestó a mi MADRE, diciéndola: “No se precupe señora, si es que aquí, nos dicen de too, paecemos trapos que no sirvieran pa na. No regañe uste al crio, si tos nos dicen lo mismo”
No Señora, contestó mi MADRE, hay que enseñarle LA LECCIÓN.
Muy enfadada, recogió las bolsas y me dijo: ¡Vamos!
Sin perder el sonrojo en silencio y muy avergonzado, ya en el autobús, más serenamente me fue dando explicaciones de lo que es necesario hacer muchas veces en la vida.
Repitiéndome muchas de las argumentaciones de su monólogo, ante aquella mujer, me dijo: respeta siempre a una mujer, sea como sea. ¡Respétala!
Con un dicho de los suyos de su sabiduría popular. Habiendo vivido una vida que supongo que fue más difícil, de lo que a mí me pudo contar. Todos estamos aquí, por culpa o gracias a una MUJER. Y sobre todo los tíos, que no os libráis ninguno, así que: “Él que tenga, Madre, Hermana, Mujer o Hija en la cuna. Que no llame Puta a ninguna”
Hubo más lecciones, como las que me daba, cuando empezaron a aparecer en televisión reportajes de la Casa de Campo de Madrid.
Siempre decía: “Pobrecitas, tan jovencitas, al frío y al calor, a saber, porque tienen que hacer eso las criaturas y aguantar a tanto asqueroso”. “Tú no vayas, hijo mío”; pero si vas, que vas a ir. Porque todos los tíos sois igual de cerdos. Vete siempre bien aseado. Ya que te tienen que aguantar por dinero, por lo menos que solo pasen por tener que aguantarte y no las produzcas asco. Trátalas bien. Y sobre todo: “Respétalas”, son personas y mujeres como Yo.
Tú ya sabes Pequeña (aunque dices que no lees mis relatos, yo sé que si) te recuerdo que la fría noche que te conté esto, solo a ti, mientras fumábamos el cigarro de después. Me dijiste, para mí: es una historia triste, pero: “me hubiera gustado conocer a tu Madre”. Pero eso; entonces, ya no era posible.
A la única mujer que creo, me ha querido sin condiciones. MI MADRE.