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¡Por eso me encanta ir de compras!


Le vi cuando me acercaba a los probadores, parecía que iba a entrar, llevaba un par de camisas en la mano.
El también me miró, primero a los ojos, luego me escaneó. Yo dejé que me observara coqueta, moviéndome despacio y esperé a que de nuevo levantara la vista y se cruzara con la mía.
Continué buscando entre los parabanes mientras notaba como sus ojos se posaban en mis caderas, “definitivamente estos vaqueros han sido una buena compra”, pensé para mi…
Me giré para devolverle una sonrisa y me mantuvo la mirada, después giró sobre sí mismo y entró en el probador. Yo también me encaminé hacia allí pensando: “¡qué pena que no necesite una segunda opinión!

Entré, cerré la puerta, comencé a desnudarme, me probé la ropa que llevaba y me sorprendí diciendo en voz baja y con una sonrisa pícara: “tendría que haber buscado uno de cremallera imposible, a ver si así me ofrecía su ayuda…” Decidí que no era lo que estaba buscando y salí.
Al cruzar la salida de probadores y sin apenas pensarlo oteé hasta donde me llegaba la vista, al parecer él ya no estaba.
Cogía alguna cosa más y cuando pensaba volver a probarme me llamó la atención un vestido negro, lo descolgué de la percha y lo alcé para mirarlo bien. Alguien se acercó por detrás y me dijo: “deberías probártelo, creo que te sentará bien”. Me giré y sin pensarlo espeté: “me lo probaría si no fuera por la dificultad de…” y giré la prenda de manera que observara la cremallera. No dijo nada. Mientras caminaba lo uní a los otros que llevaba en los brazos. Otra parada, otro vistazo, mientras tenía la sensación de que una mirada acompañaba mi caminar. No me volví…

Entré al probador y junté la puerta pero no eché el pestillo, tenía un presentimiento, aunque era algo improbable.
Comencé a desnudarme despacio, tomé el vestido y entré en él, ajusté los tirantes y comencé a buscar con las manos la cremallera para subirla. “Desde luego, mira que son difíciles de abrochar…”, dije.
Entonces la puerta se abrió despacio, entró y la cerró tras de sí. Me retiró con suavidad la mano, agarró la cremallera y comenzó a subirla despacio. Yo me retiré el pelo y ladeé ligeramente la cabeza hacia un hombro. Él lo besó y con otra mano echó el pestillo. Cerré los ojos al sentir la otra mano en la cintura y escuché su voz decir: “deberías mirarte, creo que te favorece…”
Se retiró y se sentó en esos pequeños asientos que hay a veces, mientras yo me miraba girando a izquierda y derecha para poder verme por delante y por detrás.
Me miró y me dijo “si quieres me quedo a ayudarte”
Yo no contesté, le di la espalda y comenzó a bajar la cremallera…, “Creo que no es lo que buscaba”, saqué el vestido por los pies y lo colgué de una percha. Giré la etiqueta para mirar el precio… “realmente no es lo que busco”, exclamé.
Cogí un segundo vestido, éste no tenía nada que abrochar.
-Bonito conjunto, me gusta ese tipo de lencería, no esperaba menos al verte-
Dejé escapar una sonrisa y comencé a entrar en la prenda que estaba recogida en mis manos. Metí un pié y después el otro y lo empecé a subir hasta colocarme los tirantes en los hombros.
-Tampoco me gusta- dije mirándome de espaldas al espejo.
Noté una mano en mi cintura y la otra en mi cadera que tiraron de mí con firmeza, acercándome a dónde estaba sentado, después me giró sin prisas, su cara a la altura de mi pecho, colocó las manos en los hombros y pasó los pulgares por los tirantes, pero no dejó caer el vestido al suelo, lo acompañó en su descenso. Yo saqué los brazos, mi piel se iba erizando al notar como las manos me recorrían suavemente. Al llegar a mis caderas, los pulgares se deslizaron ligeramente por la parte superior de mis bragas que, a partir de ese momento, iban bajando junto con el vestido. Se agachó y lo recogió, yo no me movía, casi ni respiraba, entonces se puso de pie y me sujetó por los hombros, obligándome a sentarme dónde antes estuvo él. Tiró levemente de mis caderas para que quedaran al borde del asiento y empujó hacia atrás mi cuerpo para que se reclinara contra la pared. Después se agachó para perderse entre mis piernas. A partir de ese momento sus labios, sus dedos, su lengua, comenzaron a explorarme, a recorrerme, a saborearme. Desde el ombligo a los muslos no hubo un rincón de piel que no recibiera atenciones, y entonces comenzó un cunnilingus como nunca había recibido, lento, profundo, magistral…
Mis caderas no dejaban de moverse y mi espalda se arqueaba y crispaba. Él intentaba sujetarme pero no había manera de controlarme. Los suspiros llegaron antes que su lengua, los jadeos les siguieron enseguida. Se retiró un momento y me dijo: “relájate y respira hondo, nos van a oír” y eso intenté.
Cuando el tono de mis gemidos subía él metía sus dedos en mi boca buscando mi lengua, y así hasta que perdí la noción del tiempo. Era tal la excitación que empecé a sentir que todo daba vueltas y pensé “estoy hiperventilando”. La lengua siguió jugando con mi clítoris, los dedos buscaban darme placer, hasta que de repente comencé a notar pequeñas descargas, como una si una corriente eléctrica me recorriera, sentía espasmos y casi, como en un sollozo le dije: “no puedo más…”
No se separó, no se detuvo, me miró con unos ojos que sonreían y yo, agarrándole suavemente del pelo, me dejé invadir por esa sensación de placer, por ese calor que te recorre desde el epicentro de tu sexo hasta la cabeza y los pies, en oleadas, como una piedra tirada al agua quieta de un estanque.
Aunque quería dejar de moverme no podía, la intensidad del orgasmo era tal que mi cuerpo convulsionaba.
Él se retiró despacio y me dijo con voz queda, “…tranquila, disfrútalo…”, mientras se ponía de pie.

Poco a poco recuperé la normalidad del pulso y el aliento y comencé a desabrochar su pantalón vaquero. El se quitó los zapatos y yo aproveché la enseñanza anterior para hacer que ambas prendas, calzoncillo y pantalón, bajaran a un tiempo.
Entonces le devolví el regalo, quería besarlo todo, la lengua se perdía entre sus piernas mientras las manos le masturbaban lentamente, después mis labios se abrían para recibirle suavemente en mi boca. Más besos, más juegos, la lengua lamiendo… Entonces me retiró la cara agarrándome del pelo con cuidado. Yo le miraba, ¿decía no?, su cara se movía a derecha y a izquierda, ¡estaba claro, decía no!
Me levantó cogida por los brazos, besó mi boca, mordió mis labios y me dio la vuelta para colocar con cada una de sus manos las mías en el espejo, por encima de mi cabeza. Después bajo una de las suyas y me separó suavemente las piernas. Yo suspiré con fuerza mientras cerraba los ojos apoyada la frente en el espejo, pero noté que me tomaba por la barbilla y acercando su boca a mi oreja susurró: “abre los ojos y mírate”. Por supuesto obedecí y estando mirando mi reflejo vi como se colocaba un preservativo. Cómo y cuándo lo había sacado es algo que desconozco, sólo sé que cuando lo tenía puesto volvió a levantar su mano izquierda sujetando contra el espejo las mías. Con la derecha sujetaba la base de su miembro. Se acercó, bajo la mano y la apoyó sobre mi pubis presionando ligeramente y obligándome a acercar mi culo a su cuerpo. Agradecí llevar puestos mis altísimos tacones.
Con cuidado pero mucha habilidad se aproximó a mi sexo y de un golpe de cadera sentí como me llenaba. A partir de ahí los movimientos rítmicos, suaves, firmes, con cadencia, hacían que me estremeciera cada vez más. La respiración de ambos se agita, mi corazón late desbocado, intento girarme pero sujeta con fuerza mis manos. Ahora sus caderas se mueven más deprisa y las mías se separan del espejo para sentirle más dentro. Su cuerpo se agita y el ritmo aumenta, me sujeta las caderas, me gira la cara, me muerde los labios, me besa los hombros y aprieta mi vientre.
Mis jadeos van “in crescendo”, el intenta aplacarlos con más besos, le digo que voy a estallar en cualquier momento y contesta que aguantará hasta que acabe, otro golpe de cadera, otro beso, otro mordisco….y el placer me inunda, me recorre entera, de arriba a abajo, la intensidad es tal que creo que me desmayaré, quiero parar, quiero seguir, pero él continúa dominando mi voluntad, le oigo respirar… algo ha cambiado, de repente me rodea con un brazo la cintura y me sujeta fuerte contra él… ¡al fin su orgasmo!, me aprieta tan fuerte que me cuesta respirar, pero veo su sonrisa en el espejo. Poco a poco la presión disminuye, el brazo se relaja y su cuerpo se aleja.
Me doy la vuelta y le beso la frente, los ojos, las mejillas, la barbilla, la boca. Mientras le retiro el preservativo, lo anudo y lo dejo caer.
Él mira mis maniobras, me sujeta la cara y me devuelve los besos.
-Estamos locos- le digo.
, contesta, me alegro de ésta locura-
Se sienta un minuto con sus brazos rodeándome y su cara descansando en mi pecho. Estoy de pie entre sus piernas y le acaricio el pelo mientras recuperamos el aliento.

Comenzamos a vestirnos, al terminar saca un clínex del bolsillo y envuelve el preservativo. Yo recojo la ropa y las perchas. Me besa en los labios. Mientras abre la puerta me guiña un ojo
- Un verdadero placer- dice.
-El gusto es mío- y respondo con otro guiño.
Cuando termino de recoger salgo al encuentro de las dependientas, hay tres, están hablando del fin de semana, obviamente no se han enterado de nada. Una de ellas me pregunta ¿qué tal?
-No es lo que buscaba, volveré otro día-.
-De acuerdo- dice mientras me recoge las prendas.
Echo un vistazo alrededor, no le veo y comienzo a caminar. Me doy cuenta de que no nos hemos preguntado nuestros nombres.
Miro el reloj… son las tres.
Un pensamiento me llega como una sonrisa: “Menos mal que estamos en agosto y es lunes…”
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