La cafetería
Estaba sentado en una mesa que estaba junto a la ventana. Fuera estaba lloviendo y hacía frío, el calor de dentro estaba empañando los cristales y cada vez se iba viendo peor lo que pasaba en la calle. La camarera me trajo el café y entonces la vi llegar. Entró en la cafetería y me levanté cuando llegó a mi mesa.
- Hola Patricia.
- Hola Antonio.
- ¿Qué tal estás?
- Bien, ¿y tú?
- Bien también.
- ¿No me vas a dar un beso?
- Sí claro, perdona.
Al acercarme a ella volví a oler el perfume que hacía tanto tiempo que no olía. Hice un esfuerzo muy grande por no abrazarla.
- Ha sido una suerte que cogieras el teléfono.
- Sí, hacía bastante que lo tenía apagado. Lo encontré en un cajón, lo encendí y sonó tu llamada.
- Y lo cogiste.
- Sí, lo pensé un rato, pero sí, al final lo cogí.
- Me alegro de que hayas venido. Estás preciosa.
Estaba tan hermosa como siempre.
- Gracias, yo también te veo muy bien.
- Bueno, ¿y qué tal te trata la vida?
- Bien, trabajando en una empresa de ventas, me han ascendido hace poco.
- Me alegro, ¿y fuera del trabajo?
- Bien también, me enamoré, aún sigo con él.
- Y por él te fuiste.
- Sí.
- Desapareciste de golpe, no pude decirte adiós.
- No, no era lo más conveniente.
- Te estuve buscando.
- Ya lo sé, me lo dijeron.
- Sólo quería despedirme, y - hice una pausa y respiré hondo - decirte lo que no podía decirte entonces.
- ¿Y porqué no me lo dijiste cuando pudiste?
- Porque entonces no me hubieras dejado volver a verte. Además, sí te lo decía, en cada beso, en cada caricia, en cada abrazo. ¿No te dabas cuenta?
Se hizo un silencio, Patricia miraba hacia la ventana.
- ¿Sabes?, me acuerdo mucho de ti. Todos los días, todos los malditos días. No quiero olvidar tu pelo negro, tus ojos azules, tus ...
- Perdone.
La voz de la camarera cayó como un golpe.
- Perdone, ¿está usted bien?
- ¿Qué?
- Que si está bien. Lleva un rato hablando solo y, bueno, el resto de los clientes le están mirando.
Miré alrededor, retiraban sus ojos y volvían a sus consumiciones. Mi mirada se paró en el vacío que tenía enfrente. Me quedé aturdido.
- Perdón, disculpe. ¿Cuánto le debo?
Salí y me cerré el abrigo, al menos ya no llovía. Empecé a andar y al meter las manos en los bolsillos encontré mi móvil. Me paré y lo saqué, tecleé su número y la llamé una vez más. "El teléfono que ha marcado está apagado o fuera de cobertura".
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