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2 ½ de pulgada solo 6.35 centímetros


20 de noviembre de 2014 19:20 horas. Arrastrando cansancio y ganas de nada por la M45.
Todo iba acabar, no habrá más cansancio, no habrá más insomnio, no habrá más escozor de ojos rojos resecos tras las lágrimas.
Una última visita al polígono, acabar a lo grande no sea que al otro lado no haya sexo, aunque también sea de pago, supongo que allí tampoco nadie regalara nada.
En el corazón poca actividad. En el alma, pena muy triste. En la cabeza un millón de tonterías mezcladas sin sentido. En el motor 425 caballos que rugen sin gloria, no transmitían emoción. En el maletero una pequeña banqueta y una gran decisión, con una cuerda blanca de fuerte nylon rematada en la punta con un trozo de cinta aislante negra. Probada una y otra vez corre anudada con suave facilidad. Creo que aguantara bien. Subir a la banqueta darle una patada. Supongo que son unos largos segundos con los pies colgando, patalear hasta que no consigue pasar la sangre por las yugulares externa, anterior e interna. Un mareo, se pierde el conocimiento y luego, da igual solo esperar que no llegue oxígeno al cerebro. Después que dijeran lo que quisieran. Yo ya sería libre por lo menos de esto.
El sitio estaba elegido, era solitario, no llegase algún tonto salvador y arruinara el plan. El árbol, un álamo negro también estaba solo, pero en pie, la rama fuerte, cruzada sana, sin ramas y probada con unos sacos de peso similar al mío. Después de todo eso no podía fallar, mira que si se partía y solo me hacía daño. A quien le explicas un hematoma a lo largo del cuello y por supuesto, no era un chupetón. Entonces ya llevaba tres años sin sentir los labios de una mujer que ni siquiera se acercase más arriba de la de la cintura, bueno de la barriga.
Eso sería al amanecer, después de despedirme de mi hijo, diciéndole lo gilipollas que era su padre y que estaba harto y acobardado. Paseíto a los perros y volver a tocar sus cabezas por última vez. Espero que estén los dos en el paraíso para animales, corriendo y jugando libres. Ellos, también se han ido ya. Todo lo que se me arrima, acaba yendo al Paraíso o eso creo yo, que ya estoy aquí para quedarme en el infierno.
En el polígono: ¿A quién elijo? Mucho donde escoger, pocas ganas de dar explicaciones, ni despedidas. Mejor alguna que no conozca. ¿A esta? la había visto muchas veces desde el verano. ¿Muchas veces? Una por semana. Las que iba yo por allí. Menudita, menos de cuarenta kilos, poca altura, rubia, ojos claritos muy bonitos. Taconazos (lo normal) mallas negras (ahora leggins) cazadora de piel granate, entre sus brazos cruzados por el frío de la noche callejera, suponía un pecho pequeño (suponía bien, pero muy bonito para haber sido madre) Una bufanda marrón muy abultada dejaba en el centro una carita de belleza Valaquia del norte del Danubio al Oeste del mar negro ya cerca de Bulgaria.
Movimiento del pie derecho a la izquierda, 2 ½ de pulgada solo 6.35 centímetros que separan el gas del freno. Y toque al freno. ¿Por qué lo haría?
Lo habitual, comentario de tarifas. ¡Venga vamos! Total, será la última vez.
Servicio: lo normal de un completo de polígono. Todo aséptico y polígonero.
El ritual. Al terminar, la charla de rigor mientras nos vestíamos y observaba aquel cuerpo pequeñito, pero precioso y lleno de belleza de un rubio natural sublime. Hasta entonces nunca me habían gustado las mujeres pequeñas.

“Sabes: La crisis que ha traído a este polígono”
Si, como a todos.
“No hablas mucho”
No, casi nada.
“Eso no está bien, yo hablo mucho”
Ya, lo escucho.
“Pareces cansado. ¿Una semana dura?”
Muchas semanas duras, puede que años. No estoy cansado. Solo estoy muy triste.
“¿Y eso? Eso, no está bien. No tienes que estar triste”
¿Me haces un favor?
“Depende”
Tranquila no te costara mucho. ¿Me das un abrazo? (nunca sabrás que me vas a dar el último abrazo de mujer).
“Si hombre, eso sí. Ven, acércate”
Un cuerpo pequeñito que me recordó a los abrazos que mi madre ya no me podía dar desde hacía cuatro años.
(En una buena actitud comercial) “Vamos a hacer una cosa. ¡Cuando estés triste! tú te vienes por aquí un ratito conmigo y yo te alegro un rato ¿Vale?”
“Ya sabes dónde estoy”
Adiós para siempre. (¿Si supieras donde iré antes que el sol mate la noche?)

Vuelta a recorrer esas 2 ½ de pulgada solo 6.35 centímetros, pero de izquierda a derecha esta vez. Soltar freno y presionar el gas.
Salir de aquel polígono viendo el resplador de las hogueras, calentando la piel de aquellas mujeres, el olor a humo con resina de la madera de pino de tablas de pallet, entre los tangas y sujetadores de color blanco, rojo y negro, sobre tacones de vértigo. Al pasar bajo las luces de las farolas, sentía la claridad, antes de llegar a la siguiente, la oscuridad. Así, una tras otra farola, antes de la penúltima rotonda. Claro, oscuro, claro, oscuro, oscuro, oscuro… como mi vida. La M 31 a oscuras también, habían robado el cable de cobre. En cada farola apagada una gaviota posada sobre la tulipa. Debían tener tanto frío como mi alma.
Los kilómetros pasaron, pero una y otra vez retumbaba en mi cabeza:
“¡Cuando estés triste! tú te vienes por aquí un ratito conmigo”
“¡Cuando estés triste! tú te vienes por aquí un ratito conmigo”.
Al llegar lo pensé. Mientras retumbaba aquel: “¡Cuando estés triste! tú te vienes por aquí un ratito conmigo”.
Cogí la cuerda, la saque del coche y todavía hoy está en al armario de resina de la terraza, nunca se sabe cuándo puede volver hacer falta.
Después, como la guerra de la Galaxias contada al revés: “Así se acabó”
¿Un final feliz? No, si mi pie no hubiera recorrido aquellos 2 ½ pulgadas solo 6.35 centímetros…

¿Para qué me salvaste aquella noche la vida?

Puede que ahora llevara casi dos años y medio de descanso.

Última edición por carretan; 03-05-2017 a las 23:57
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635, centímetros, pulgada


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